Este es el último artículo de La Resistencia en Hispanidad que firmaré como catedrático emérito de la Universidad de Alcalá. Los estatutos de mi Universidad establecen que los jubilados pueden ser nombrados profesores eméritos por un plazo no superior a los tres años. Y en mi caso, esos tres años se cumplen el próximo sábado 31 de agosto. Por lo tanto, se ha acabado mi etapa como profesor activo en esta institución, que no mi recuerdo, ni mucho menos mi cariño y mi agradecimiento, que perdurarán por siempre hacia esta Universidad, donde he dado clases durante 41 años, desde que me incorporé a su claustro, en el año 1983.

Tras la jubilación, como le sucede a tanta gente, muy a menudo vienen a mi memoria los hechos del pasado, que son partes constituyentes de mi propia biografía académica y vital. Y al final de esta etapa universitaria, me permitirán que comparta con ustedes, queridos lectores, algunos de estos recuerdos.

Lo que siempre me sucede es que cuando, sin querer, vienen a mi memoria todos estos hechos del pasado, voluntariamente se cierran siempre con dos agradecimientos por dos motivos; el segundo, sin duda, mucho más importante que el primero. Naturalmente, dos agradecimientos a Dios, a quien todo se lo debemos. En primer lugar, le agradezco a Dios que me haya podido jubilar como catedrático de Universidad. El segundo de mis agradecimientos es, como he dicho, por un motivo más importante, pues nunca le daré suficientemente las gracias a Dios, porque sin su ayuda no hubiera sido posible lo siguiente: yo no soy consciente…, puede que haya sucedido, pero insisto en que yo no soy consciente de que ni de palabra, en mis clases y conferencias, ni por escrito, en mis libros y artículos, haya ocultado mi fe. Y dadas las circunstancias y mi debilidad, esto se lo debo, sobre todo, a la ayuda del Cielo, pues soy consciente que me ha protegido muy especialmente durante toda mi vida.

Insisto que yo no soy consciente que ni de palabra, en mis clases y conferencias, ni por escrito, en mis libros y artículos, haya ocultado mi fe. Y dadas las circunstancias y mi debilidad, esto se lo debo, sobre todo, a la ayuda del Cielo

Mi carrera universitaria se inició en la Universidad Autónoma de Madrid, donde comencé la licenciatura en 1969. La tendencia historiográfica dominante, ya entonces, era la marxista. La libertad había sido desplazada del acontecer histórico para dejar su sitio a las leyes determinantes del materialismo histórico. Y de la religión que me trasmitieron mis padres y que prolongó con su catequesis fray Damián, en mi querida parroquia de San Diego de Vallecas, me decían en las aulas universitarias que era el opio del pueblo. Y además me lo dijeron de una manera que me desgarró el alma de dolor.

En mi primer curso, en lugar de explicarme los “Fundamentos de Filosofía”, según el plan de estudios vigente entonces, la profesora que yo tuve se presentó el primer día diciendo que ella iba a explicarnos “Soteriología”. Comprenderán que un chavalote de Vallecas, al oír por primera vez esa palabra y no saber lo que significaba, levantara la mano para preguntar de qué iba la palabrita. Y, efectivamente, me aclaró que la Soteriología, etimológicamente, tiene que ver con la salvación. Así es que la buena señora comenzó a explicarnos todos los “mitos” en los que había creído la humanidad para salvarse. Algunos de los mitos que explicaba tenían una parte de religión y otra de sexo, de manera que en más de una clase la señora nos contaba unas guarrerías más propias de un burdel que de un aula universitaria. A Sartre (1905-1980) y a Simone de Beauvoir (1908-1986) les citaba hasta el hartazgo. Y ya podrán ustedes imaginar que, para esta señora, el mito más rancio y antipático de todos era el catolicismo; esto lo repetía machaconamente a lo largo del curso. En resumen, que después de un año de tanto “mito” no aprendimos nada de Filosofía.

Superado el trance filosófico del curso común, como entonces se llamaba, empezamos con la Historia, sometida al materialismo histórico, en la que al despojarla de espíritu y reducirla a materia todo se pesaba y se medía, se “cuantificaba”, esa es la palabra que se empleaba entonces. Y por aquello de las estructuras y las superestructuras, de los medios de producción que todo lo determinaban…, nos pusieron a contar fanegas y celemines hasta decir basta. Que es exactamente lo que un buen día dije yo: ¡Basta! Así es que me fui al despacho de Don Miguel Artola (1923-2020), que, además de ser el catedrático de Historia Contemporánea, no era marxista, y le pedí que me dirigiera la tesina.

Miguel Artola fue el catedrático de Historia Contemporánea que dirigió el primer trabajo de investigación de Javier Paredes

Él tenía apuntado en un cuaderno posibles temas de investigación del reinado de Fernando VII (1808-1833), los leyó para sí y tras levantar la vista de aquel cuaderno, me dijo:

-“Usted podría investigar la cultura en el reinado de Fernando VII, para la cual se va a leer el Diario de Madrid de todo el reinado, apunta los títulos de los libros que vayan apareciendo y los “cuantifica” por materias”.

La verdad es que al oír la palabreja -¡Cuan-ti-fi-ca-ción!- estuve a punto de decirle que no, pero es lo que había, así es que como decía aquella madre ante las protestas de sus hijos cuando les servía la comida: “lo que toca, tocó y el niño se conforma”. Además, entre contar fanegas y celemines o títulos de libros… Lo cierto es que Don Miguel Artola me cogió cariño, me trató muy bien y como era de mente abierta me dio confianza para contarle mi inquietud histórica, después de unos meses leyendo el Diario de Madrid en la Hemeroteca Municipal de Madrid:

-“Don Miguel, y además del análisis cuantitativo..., ¿podría hacer también análisis cualitativo de los libros del reinado de Fernando VII?”

-“¿Y eso…?”- Me respondió crípticamente.

Pues que va ser, Don Miguel, -pensé yo para mí, pero solo lo pensé sin pronunciar palabra, naturalmente- que he tenido una desviación pequeña burguesa, porque estoy hasta el flequillo de contar títulos de unos libros que no sé de qué tratan.

Don Miguel dio luz verde al análisis cualitativo y, en consecuencia, me pasé una buena temporada en la Biblioteca Nacional, consultando los títulos que había encontrado en el Diario de Madrid. Uno de estos ejemplares fue el catecismo de los niños de entonces. Y cuando leí la primera pregunta y la correspondiente respuesta de este catecismo -“Decid niños cómo os llamáis” y respondía: ¡Pedro, Juan o Francisco etc.”- hice el gran descubrimiento.

Nuestra cultura occidental y cristiana se cimienta sobre el reconocimiento de la existencia de la persona, creada por Dios y redimida por Cristo, porque los que existen de verdad son Pedro, Juan y Francisco..., no la burguesía ni el proletariado

En efecto, nuestra cultura occidental y cristiana se cimienta sobre el reconocimiento de la existencia de la persona, creada por Dios y redimida por Cristo, porque los que existen de verdad son Pedro, Juan y Francisco..., no la burguesía ni el proletariado. Y por lo tanto el sujeto de la Historia no es ningún colectivo, como las clases sociales que proponían los marxistas. El sujeto de la Historia es la persona. Así es que ni sujeto colectivo, ni leyes históricas… Se me derrumbó todo el edificio de la historiografía marxista y me faltó tiempo para enseñarle la foto de los escombros a don Miguel Artola. Y como había que vivir, y también había vida fuera del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma, me presenté a unas oposiciones de Instituto de Enseñanza Media, que tuve la fortuna de sacarlas al poco tiempo.

Tras el gran descubrimiento de la persona, ya tuve claro lo que tenía que hacer a partir de entonces: mi tesis doctoral tenía que ser una biografía. Hoy pienso que aquella decisión fue providencial, pues para escribir la biografía de Pascual Madoz (1805-1870), que fue mi tesis doctoral, tuve que estudiar el reinado de Isabel II (1833-1868) y me encontré con la figura de Sor Patrocinio (1811-1891), personaje que he seguido investigando hasta el día de hoy por archivos de España, Francia y Roma. Es más, estoy convencido que en buena medida mi trayectoria como historiador ha sido una preparación, sin darme cuenta, para poder escribir la vida de esta santa mujer: Sor Patrocinio.

Tras doctorarme, una serie de circunstancias cortaron mi carrera universitaria y la única posibilidad que tenía de continuarla era ganar unas oposiciones que había firmado para la Universidad pública. El reto no era nada fácil, pues eran las últimas oposiciones de profesores adjuntos que se iban a celebrar, ya que se acababa de publicar la ley de Reforma Universitaria de los socialistas. Las adjuntías eran de convocatoria nacional y cuando vi la lista de los que habíamos firmado de toda España me entró verdadero pánico: había muchos opositores para muy pocas plazas, y entre los firmantes descubrí el nombre de algún profesor que había tenido yo en la Universidad Autónoma, como PNN (Profesor no numerario).

Discurso del profesor Paredes (del minuto 19,25 al 26,50), como padrino de la promoción de 2019, en la ceremonia de graduación, celebrada en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá.

Y, gracias a Dios, todo salió bien, a pesar de un percance del que me salvó la profesora de la Universidad Complutense Estíbaliz Ruiz de Azúa, que formaba parte del tribunal, y a quien siempre estaré agradecido. Al último ejercicio ya llegamos menos opositores que plazas y se sabía que ese ejercicio era un trámite. Lo vimos todo muy claro cuando nos dijeron las preguntas, que desde luego no “iban a pillar”. Pero sucedió que, a mitad del ejercicio y descargada toda la tensión de los meses anteriores, tuve un desvanecimiento y me desmayé.

Recobré el conocimiento en los aseos, donde unos buenos samaritanos me metieron la cabeza debajo de un grifo. Y cuando entre ellos hablaban de si llevarme a casa o llamar a un médico, intervino la profesora Estíbaliz Ruiz de Azúa que había asistido y ayudado a mi recuperación, y les dijo:

-"Haced lo que queráis, pero Javier antes tiene que volver al aula, firmar el examen como le tenga y entregarlo, porque si se va sin firmar el examen y sin entregarlo, en el tribunal tendremos que entender que ha abandonado la oposición y que renuncia a sus derechos".

Y así lo hice, firmé y entregué el ejercicio como acabado y por fin me vi la lista definitiva de admitidos. Y mientras contemplaba aquella lista que recuperaba mis ilusiones universitarias, decía para mis adentros lo mismo que Santa Teresa cuando vio el infierno:

-“Para siempre, para siempre, para siempre…”.

Pero me equivoqué entonces, porque el “para siempre” en esta tierra no existe. Después de aquella oposición he pasado cuarenta y un años en la Universidad de Alcalá. Una etapa que, como he dicho, termina el próximo 31 de agosto; acaba sin pena, sin nostalgia, pero con inmenso agradecimiento a mis compañeros de claustro, a los funcionarios del PAS (Personal de Administración y Servicios) y, por supuesto, a todos mis alumnos; en definitiva, a la Universidad de Alcalá. Pero claro que me equivoqué con el “para siempre, para siempre, para siempre…”, porque el día que leí la lista definitiva de admitidos en la oposición, todavía no había descubierto la gran enseñanza que Sor Patrocinio dio en un momento de apuro a sus monjas: “Que todo esto se pasa y la eternidad sin fin se acerca”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá