Se entiende que se vean banderas de España con crespones negros en los balcones de las casas particulares para recordar a los muertos por el coronavirus, pero lo que me resulta incomprensible es que nadie se inmute cuando esta semana hemos conocido los datos del Instituto Nacional de Estadística, que indican que caminamos hacia nuestra desaparición, cifras que nos dicen que la población de España se está suicidando, por emplear el término acuñado por ese gran estudioso de la demografía que es Alejandro Macarrón.
En el año 2019, según los datos oficiales del organismo antes citado, España ha tenido un crecimiento vegetativo negativo, lo que, dicho en román paladino, significa que el año pasado hubo más entierros que bautizos, dando por sentado que a ninguno de los nacidos se le privó de las aguas bautismales, o como expresa la sabiduría de las gentes de la Ribera de Navarra..., que ningún “muete” se quedó “morito”.
En el año 2019 solo nacieron en España 359.770 criaturas. Y a esta cifra habría que restar los 80.131 de nacimientos de madre extranjera, para calcular, como diría un cursi, nuestro producto nacional neto de nacimientos. Y para que no nos salgan tan dramáticos los resultados, yo acojo como españoles a estos niños de madre extranjera por haber nacido en nuestro suelo patrio, y comparando los nacimientos, sin exclusión alguna, con los entierros, resulta que, al final, la población española en 2019 descendió en 57.146 personas.
Pero aquí nadie se inmuta ante tan calamitosos datos y se adopta la máxima del avestruz, que antes de esconder la cabeza en la tierra, proclama: “si quieres ser feliz como dices… ¡No analices!”. Pero yo sí que voy a analizar y a llevarle la contraria a esa cosa tan boba, que para poder ir por la vida sin molestar a nadie, a cualquier cosa la califica con voz gangosa de “fenomenal, fenomenal y fenomenal”.
En 2019, España perdió 57.146 personas
La cuestión de fondo es que cuando se ha perdido el sentido de la vida, lo lógico es que uno no quiera trasmitirla y se niegue a tener descendientes. Por eso en España, que presenta una tasa de remplazo de 1,23, estamos muy lejos de alcanzar la tasa exigida para mantener la población, que está calculada entre 2,2 o 2,5. La tasa de reemplazo es una relación entre el número de nacimientos y el de mujeres en edad fértil, es decir mujeres entre los 15 y los 50 años. Así una tasa de reemplazo del 2,5, significa que este número de mujeres en edad fértil además de tener dos hijos para reemplazar a mamá y a papá, tendrían además un poco más de hijo, hasta 0,5, para compensar a aquellas otras mujeres de este grupo que estadísticamente no tendrán ningún hijo.
Y como lo prometido es deuda, para poder entender lo que nos está pasando vayamos al análisis profundo de esta situación, busquemos las raíces del problema, encontremos el origen y expongamos los principios de cómo tenemos que proceder en la transmisión de la vida. Por lo tanto, así como ciertos videos que circulan por la red avisan de que su contenido tiene imágenes que pueden herir la sensibilidad, les advierto que los próximos párrafos de este artículo también pueden percutir en su sensibilidad, pero para hacerles botar de alegría al descubrir la grandeza a la que estamos llamados, porque en esta materia, como magistralmente declara la encíclica Humanae vitae, Dios Creador nos ha nombrado sus colaboradores libres.
Tener hijos es participar en el poder creador de Dios
La trasmisión de la vida no es, por tantro, una cuestión exclusiva de los dos esposos, sino que también interviene Dios, Creador de la vida, de quienes los esposos son colaboradores libres, como ha quedado dicho. Ha sido Dios y no los hombres quien ha establecido la estructura y la finalidad de la sexualidad humana. Y por su naturaleza el acto sexual es procreativo. Por lo tanto no es competencia de la pareja, ni de ninguna autoridad civil o eclesiástica adjudicar un sentido distinto al que Dios ha dado a la estructura del acto sexual.
Otra cosa distinta es que al no respetar las competencias que cada uno tiene, los colaboradores le enmienden la plana a Dios Creador y perviertan el fin que Él ha establecido para la sexualidad. En esta materia siempre sucede lo mismo y no hemos cambiado en nada.
Así que, en estas circunstancias, nada como escuchar a alguien que en gramática parda es toda una autoridad por haber sido muy golfo, pero que muy golfo, antes de ser muy santo. Esto es lo que escribía San Agustín a un obispo de los que no predican la recta doctrina, de los que para agradar al auditorio le cuentan lo que los oyentes quieren oír, obispos mundanos que abandona a su grey, faltos de fe y funcionarios de lo religioso que ya en su época también los había. Así escribía San Agustín en Contra Fausto: «Lo que más detestáis en el matrimonio es la procreación de hijos, y así hacéis adúlteros frente a sus esposas a vuestros oyentes, cuando procuran que las mujeres con las que se unen no conciban. Se casan con ellas por la ley que regula el matrimonio, cuyas tablas proclaman que se contrae para procrear hijos; pero temiendo, según vuestra predicación, encadenar una partícula de su Dios a la carne inmunda, se unen a las mujeres en un acoplamiento impúdico solo para saciar su pasión; a los hijos los reciben de mala gana, no obstante ser la única razón que justifica la unión conyugal. ¿Cómo, pues, no prohíbes el matrimonio, como, con tanta antelación, lo predijo de ti el Apóstol (1 Tim 4,3), si intentas eliminar del matrimonio la razón del matrimonio mismo? Suprimida la razón de ser del matrimonio, los maridos serán lujuriosos amantes, la esposas meretrices, los lechos nupciales burdeles y los suegros alcahuetes".
Decía yo que cegar las fuentes de la vida, en mi opinión, es un pecado de acción y de omisión al mismo tiempo
El fin primario de la sexualidad es transmitir la vida. Y para unos esposos cristianos, que se portan como fieles colaboradores de Dios Creador, esto equivale nada menos que abrir las puertas a la existencia a los futuros ciudadanos del Cielo. Por lo tanto, ¿con que autoridad y por qué motivo unos padres cristianos pueden impedir venir a este mundo a alguien, a quien Dios tiene previsto en sus designios desde toda la eternidad para hacerle su hijo y darle en herencia su amor infinito en el Cielo por siempre?
Pero en la misma línea de la encíclica Humanae vitae, en la que Pablo VI nos dice que somos colaboradores libres de Dios Creador, también afirma a continuación que somos responsables. Cuando yo era niño, mis catequistas me explicaron, y creo que yo lo entendí correctamente, que tras la muerte, en nuestro juicio particular, Dios no solo nos juzgará de los pecados de acción, sino también de los de omisión. Pues bien, cegar las fuentes de la vida, en expresión de San Josemaría Escrivá, de quien yo escuché directamente esta doctrina, tal y como él la predicaba: alto, claro, sin rebajas ni atajos; en una palabra, como se explican los santos… que no se podían "convertir los lechos matrimoniales en catres de mancebía".
Así que digo yo, cegar las fuentes de la vida es un pecado de acción y de omisión al mismo tiempo y que, además de atentar contra el primer mandamiento, conculca también el segundo de la peor de las maneras, pues no puede haber ofensa más grave contra el prójimo que privarle de la visión y del amor de Dios por toda la eternidad.
¿Recuerdan? El fin primero de la sexualidad es tener hijos... y Céline Dion es la pequeña de 14 hermanos
Pero ni negarle el Cielo a nadie, ni privar en esta vida a la sociedad de genios o artistas que pueden mejorar o hacer más amable nuestro paso por esta tierra. Esa gran santa que fue Santa Catalina de Siena, patrona de Europa y doctora de la Iglesia, fue hija de Jacobo Benincasa y de Lapa di Puccio di Piagente, que tuvieron una familia numerosa de verdad. Santa Catalina cuando nació tenía por delante a 22 hermanos. Benjamín Franklin fue el decimoquinto hijo de un total de 17 que tuvieron sus padres, a pesar que andaban cortos de recursos, tanto que Benjamín tuvo que abandonar la escuela a los diez años para echar una mano a sus padres en el sostenimiento de la familia. Y en el mundo de los artistas actuales podemos fijarnos en Céline Dion, que fue la pequeña de 14 hermanos que nacieron en el seno de una familia canadiense pobre, pero tan feliz que llenaba su hogar de canciones y una vez en la fama siguieron cantando juntos las mismas canciones, como se puede ver en este video tan divertido, del que recomiendo no se pierdan el final tan emocionante.
Por todo lo anterior, soy de los que piensan que cuando los esposos se presenten ante Dios en su juicio particular, a quienes hayan cegado las fuentes de la vida, el Creador de la vida les pondrá delante de sus ojos a esos frustrados ciudadanos del Cielo a los que impidieron venir a este mundo al cortarles el paso con la barrera de la anticoncepción, por métodos materiales, farmacológicos o naturales; que estos últimos, los llamados métodos naturales, también son utilizados sin motivo de causa grave por esos católicos moderaditos e hipocritillas, que no valen ni para pecar a las claras.
Y si a alguien le sorprende lo que acabo de escribir de los métodos naturales, le recordaré que la Humanae vitae, en su punto 16, aclara que recurrir a los ritmos naturales para espaciar los nacimientos sólo es lícito "si existen serios motivos". Por otra parte, en el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2.368, se puede leer que para usar los métodos naturales debe haber "razones justificadas" —y prosigue este punto del catecismo con toda claridad- "en este caso [los esposos] deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo". Es lógico que se diga esto, porque, a fin de cuentas, el matrimonio es una cuestión de generosidad, y si un matrimonio tiene capacidad para recibir seis hijos, no puede quedarse en la parejita por comodidad, ni recurriendo a los métodos naturales, ni siquiera absteniéndose en el uso del matrimonio.
Y si con gravedad será recibida la presencia de esas vidas ausentes y fallidas, truncadas por la anticoncepción, no se me ocurre qué es lo que puede pasar cuando tantas criaturas se presenten ante sus padres en el juicio de Dios con sus gloriosas cicatrices, pero al fin y al cabo con cicatrices como prueba de que sus cuerpos fueron destrozados en los abortos producidos en las abortorios, en las clínicas de fecundación in vitro, en las que les aplicaron la sentencia de embriones sobrantes y como consecuencia del uso de los llamados anticonceptivos, que en su casi totalidad son abortivos.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.