El pasado martes se cumplieron 800 años de la estigmatización de San Francisco de Asís. Y este acontecimiento tiene una estrecha relación con lo que le sucedió el 30 de julio de 1829 a una novicia en el convento de las Concepcionistas Franciscanas, conocido como el convento del Caballero de Gracia de Madrid. Voy a referirme a los dos casos, empezando por la estigmatización de Il Poverello de Asís,

En efecto, el 17 de septiembre de 1224, mientras San Francisco estaba en oración tuvo una visión de Cristo. La escena pintada por Giotto (1267-1337), una de sus obras más famosas expuesta en el Louvre, fue descrita por primera vez por Tomás Celano (1190-1260) con estas palabras:

“Mientras se encontraba en el eremitorio llamado La Verna, dos años antes de entregar su alma al cielo, tuvo una visión divina de un hombre con seis alas como un serafín, que se cernía sobre él con los brazos extendidos y los pies juntos, clavado en una cruz. Dos de sus alas estaban levantadas, dos se extendían sobre su cabeza como si estuviera a punto de volar, y dos cubrían todo su cuerpo. Al ver estas cosas, el bendito siervo del Altísimo quedó lleno de un gran asombro, pero no pudo discernir lo que esta visión significaba para él”. Pero al momento pudo comprobar que los rayos que salían del crucificado hacia su cuerpo, le habían impreso los estigmas de la Pasión del Señor en su cuerpo.

No hace muchos años la historiadora italiana Chiara Frugoni (1940-2022) recibió un premio por un ensayo en el que sostenía que lo de los estigmas de San Francisco fue un montaje. Y ha sido necesario salir al paso de esta afirmación con documentación de los testigos que vivieron con San Francisco, para certificar la verdad de los estigmas de San Francisco.

Nada de extraño en lo del premio de Chiara Frugoni, ya que la cultura de la ideología liberal progresista hunde sus raíces en el siglo XVIII. Y en efecto, el rechazo del milagro fue una de las principales propuestas de la Ilustración del Siglo de Las Luces. Incluso lo que algunos llaman racionalismo moderado embarrancó en la herejía que niega al Creador la capacidad de hacer milagros, lo que equivale a decir que Dios no tiene poder sobre las leyes de la Naturaleza. La crítica del milagro no fue una cuestión accidental o lateral en la estrategia de los ilustrados, sino el cimiento para edificar una sociedad materialista, en la que Dios no podía tener cabida. “El milagro —ha escrito el gran historiador del Siglo de las Luces, Paul Hazard— era el enemigo con su modo brutal de violar las leyes de la Naturaleza y su insolente prestigio”. En este sentido, para quienes ya habían prejuzgado los hechos por negar terminantemente la existencia del milagro, las llagas de San Francisco tienen que ser un montaje humano, construido con manipulación y mentira.

El rechazo del milagro fue una de las principales propuestas de la Ilustración del Siglo de Las Luces

Y hablemos ahora de la novicia del Caballero de Gracia, que ya habrán adivinado que no es otra que mi biografiada Sor Patrocinio. A las 6 de la tarde del 30 de julio de 1829 la mirada de Sor Patrocinio no se despegaba del retablo de la iglesia del convento del Caballero de Gracia. Esa gran pieza religiosa y artística, que la desamortización destruyó, estaba presidida por una grandiosa imagen de la Purísima Concepción. Dicha imagen estaba rodeada de cuatro cuadros, pintados por Claudio Coello (1642-1693), que representaban a San Joaquín, San Santa Ana, San Antonio y San Francisco Asís. Por cierto, los cuadros de los santos franciscanos, así como otros cuatro cuadros más de la iglesia de ese convento están, actualmente, depositados en Museo del Prado, por lo que la actual abadesa del Caballero de Gracia hará muy bien en reclamarlos en depósito, para que vuelvan a la comunidad religiosa de donde se los llevaron, y al director del Museo del Prado le honrará atender esa justa petición.

San Francisco de Asís, pintado por Claudio Coello. Cuadro procedente del retablo de la iglesia del convento del Caballero de Gracia de Madrid (Museo Nacional del Prado)

Pero los ojos de Sor Patrocinio estaban clavados en un punto concreto del retablo: en el cuadro de San Francisco, al que los pinceles de Claudio Coello le rompieron el hábito a la altura del pecho, para que se viera la llaga del costado. Y ese detalle es el que Sor Patrocino miraba de hito en hito, porque a ella le acababa de ocurrir lo mismo que a San Francisco de Asís.

Lo sucedido lo cuenta Sor María Isabel de Jesús, que fue la secretaria de Sor Patrocinio durante muchos años y permaneció a su lado sin separase de ella hasta su muerte. Esto es lo que escribió Sor María Isabel de Jesús:

“El día 30 de julio del mismo año 1829, fiesta de San Abdón y [San] Senén, estando la bendita novicia en la oración de comunidad, de cinco a seis de la tarde, llegaron a tanto las inflamaciones de amor en su alma pura, a la vista de Jesucristo que se le aparecía precedido de una cruz, que abriendo brecha en el pecho, le quedó impresa en el costado una llaga, semejante en un todo a la del mismo amorosísimo Redentor de la vida”.

La impresión de la llaga del costado sucedió cuando Sor Patrocinio tenía dieciocho años y medio y era novicia todavía

Sor María Isabel de Jesús, nos dice la hora exacta a la que sucedió la impresión de la llaga del costado y, sobre todo, que antes se le apareció Jesucristo, precedido de una cruz. Pues bien, las circunstancias que se produjeron en la impresión de la llaga del costado son muy parecidas o las mismas que tuvieron algunos santos a los que se les concedió el don de la transverberación. Este es el caso de Santa Catalina de Siena a la que se le apareció Jesús en la Cruz en medio de una gran luz.

Llama la atención, sobre todo, que Sor María Isabel de Jesús afirme que la llaga del costado de Sor Patrocinio era semejante a la de Jesucristo. Su secretaria en el proceso de beatificación declaró que a pesar de haber vivido con ella tantos años nunca vio ni la llaga del costado, ni las de las manos, que siempre las tenía cubiertas con mitones; dijo que solo vio las de los pies cuando al final de sus días la tuvo que atender y ayudar a calzarse. Por lo tanto, Sor María Isabel de Jesús solo pudo hacer semejante afirmación porque se lo escuchó personalmente a Sor Patrocinio.

La impresión de la llaga del costado sucedió cuando Sor Patrocinio tenía dieciocho años y medio y era novicia todavía. El hecho no tuvo ningún testigo, se produjo en la más absoluta intimidad y Sor Patrocinio mantuvo en secreto lo sucedido, hasta que siete meses después, el mes de marzo de 1830, al tropezarse la abadesa con el costado izquierdo de Sor Patrocinio y hacer un gesto de dolor, la madre Pilar le ordenó por obediencia que le contase lo que le pasaba. Se comprende ese gesto de dolor, si se tiene en cuenta la magnitud de la herida, ya que la llaga del costado tenía una longitud de casi diez centímetros y una anchura en su parte central de casi un centímetro. Estas medidas, que coinciden con la huella de sangre de un paño del costado de Sor Patrocinio que tengo en mi poder, las proporcionaron tres médicos que examinaron sus llagas, a petición de Modesto Cortázar (1783-1862) que la juzgó en 1835, juicio al que me refiriré más adelante.

 
 

 

Paño de la llaga del costado de Sor Patrocinio. Archivo particular de Javier Paredes

Enterada la abadesa, le indicó que se pusiera pañitos en la llaga, como había hecho San Francisco y que se los diera a ella para lavarlos y que ella les daría los limpios, de modo que ninguna monja del convento supiese lo que pasaba, como así sucedió hasta que tuvo lugar la impresión de las llagas en los pies, las manos y la cabeza. Muy distinta a la del costado fue la impresión del resto de las llagas. Esta vez sí que hubo testigos y lo cuenta con detalle la madre Pilar:

“La antevíspera o víspera de la Ascensión, en el mismo año de 1830, tuvo un éxtasis por la siesta que le duró mucho tiempo. Estando en cruz veíamos que parecía por los movimientos que hacía y por la postura de las manos y los pies, que recibía algo, pero de un modo que su maestra, Sor San José, Sor María Hipólita de San Felipe Neri y yo, que éramos las tres que nos hallábamos allí, no dudamos en decir: ¡Ay, que le van a imprimir las llagas! Luego sin salir del éxtasis, se retiró el tocado de la frente como quien espera algo, e inmediatamente apareció una roseta en medio que a nuestra vista iba creciendo, y luego otras más pequeñitas. Volvió del éxtasis y desde aquel feliz día aparecieron las llagas en manos y pies, porque disimulando yo encargué a la maestra observase por la noche si tenía igual señal en los pies, como en efecto vio que eran iguales”.

Cinta de la cabeza que usaba Sor Patrocinio para proteger la toca de las manchas de sangre de las llagas de la cabeza. Aunque la cinta está lavada se aprecia la mancha más grande de la roseta del centro, a la que se refiere la madre Pilar, y las numerosas llagas pequeñas de la frente. Archivo particular de Javier Paredes

 

Pues si de San Francisco se ha llegado a decir que lo de las llagas fue una invención, la injusta acusación de farsante contra Sor Patrocinio le supuso un suplicio durante toda su vida, basta con tener en cuenta que de sus sesenta años de vida religiosa una tercera parte los pasó desterrada o en exilios. Toda la persecución contra ella se ha basado en la sentencia del juicio al que fue sometida durante los años de 1835 y 1836. En plena Guerra Carlista (1833-1840) fue condenada al primer destierro acusada de haberse provocado las llagas para granjearse una fama de santa con la que conseguir donativos para el convento y apoyara la causa carlista. Oficialmente Sor Patrocinio era una impostora y esa mentira se ha trasmitido hasta el día de hoy.

Pedro Sainz Andino pintado por Antonio María Esquivel (1806-1857). En su mano derecha sostiene el proyecto del Código de Comercio y del Código Criminal, que él redactó (Banco de España)

Son muchos los años que he dedicado a investigar la injusta condena contra Sor Patrocinio, emitida en un juicio plagado de arbitrariedades. Recientemente he publicado un libro titulado Arbitrariedad judicial contra Sor Patrocinio, en el que doy a la luz el voto particular de Pedro Sainz Andino, como miembro del Consejo Real, un voto que se emitió en 1850, que ha permanecido inédito hasta ahora en el Archivo Histórico Nacional, y en el que un jurista de la talla de Pedro Sainz Andino (1786-1863) llega a firmar que no hubo ningún delito de Sor Patrocinio y que el juicio fue nulo, por consiguiente.

La crítica del milagro no fue una cuestión accidental o lateral en la estrategia de los ilustrados, sino el cimiento para edificar una sociedad materialista, en la que Dios no podía tener cabida

La verdadera farsa fue el acta firmada en 1836 por tres médicos en la que manifestaban al juez que las llagas tenían un origen natural y que ellos se las habían curado. Por el contrario, son muchos los testigos que vieron las llagas después de esa fecha. Sus hijas, cuando la amortajaron en 1891, manifestaron que le habían besado las llagas con piedad. Y yo mismo he llevado al laboratorio Eurofins Megalab de Madrid un paño con manchas de sangre, al que acompañaba un papel escrito en el 1844, en el que se dice que ese paño había sido empapado con la sangre las llagas de Sor Patrocinio en el trayecto que hizo de Torrelaguna a Madrid, para reunirse  con su comunidad el 25 de septiembre de 1844, después de nueve años de destierro.

La investigadora Cecilia González Pérez del laboratorio Eurofins Megalab toma muestras de la reliquia de Sor Patrocinio de 1844

Tanto la reliquia como el papel escrito en 1844 son auténticos y han conservado la cadena de custodia, y por lo tanto dicho paño fue de Sor Patrocinio, por lo que como historiador puedo afirmar que mintieron los médicos que en el juicio manifestaron en 1836 que le habían curado; ese paño de 1844 es la prueba.

Gracias a los análisis del laboratorio Eurofins Megalab se ha podido obtener el ADN de esa mancha de sangre. Los científicos que la han analizado han dicho todo lo que podían decir como científicos: que la sangre es de una mujer y de una determinada mujer, sin dar el nombre, por la tabla donde se indica el fenotipo de cada uno de los marcadores analizados. El día que se abra la tumba de Sor Patrocinio del convento de Guadalajara y se pueda recoger una muestra de sus huesos y se compruebe que la tabla de la sangre es igual que la tabla de la muestra de los huesos, se podrá afirmar con prueba genética que esa determinada mujer se llama Sor Patrocinio.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá