“El paso al grado 29, en el rito escocés antiguo y aceptado de la masonería, consiste en que el que accede a ese grado entra en el templo de la logia con los ojos vendados y cuando ya está en el centro le quitan la venda; en el centro de la logia hay una especie de altar, donde está la figura de Baphomet, una figura que tiene la cabeza de macho cabrío, torso humano con ambos sexos, patas de macho cabrío de nuevo y alas. Es una imagen del demonio en la cultura occidental, muy reconocible. Pues el que accede a ese grado se encuentra con eso y una vez que lo ha visto, delante de ese altar tiene que elegir entre la cruz cristiana o la cruz de Baphomet, que tiene forma de equis. Entonces tiene que pisar la cruz cristiana, primero con el pie izquierdo, luego con el derecho y, después de eso, con los demás masones venera a Baphomet. Pero es que en la orden Illuminati, que existe y es poderosísima en los Estados Unidos, en el grado sexto hacen un ritual parecidísimo, en el cual delante también de Baphomet, el que recibe ese grado tiene que decir: esta cruz -mientras tira al suelo el crucifijo- símbolo de muerte y destrucción desaparezca del mundo. ¡Brille la luz de Baphomet!”.
No, lo que les acabo de transcribir no es ningún cuento para asustar a niños que no se quieren dormir. Este texto reproduce el momento de una reciente conferencia pronunciada por el profesor Alberto Bárcena, sin duda el mejor experto que tenemos actualmente en masonería. Bárcena sabe lo que no está escrito sobre esta materia, como lo ha demostrado en su libro titulado Iglesia y Masonería. Las dos ciudades. Escribir, para el gran público, una síntesis de un tema tan complicado como la masonería y sus diferentes ramas, explicando con claridad lo que es, y a la vez mostrando las condenas que la Iglesia ha hecho de la masonería, y exponerlo de manera que todo el mundo lo entienda es un trabajo que exige un gran conocimiento de la masonería, lo que requiere muchos años de estudio.
Portada del libro de Alberto Bárcena, Iglesia y Masonería. Las dos ciudades. Editorial San Román
Si les parece raro lo del rito masónico, ese un problema del gusto de "los hijos de la viuda"; lo cierto es que así actúan ellos. La veneración a Baphomet y el sometimiento al demonio es justo todo lo contrario al inicio del camino de los cristianos, pues en el Bautismo, con voz propia o mediante los padrinos, los cristianos renunciamos a Satanás, a sus pompas y a sus obras. Así es que lo de Baphomet y los masones es algo tan viejo como la Humanidad, porque no es otra cosa que la rebeldía contra Dios mismo y sus mandatos, por creer que comiendo del fruto prohibido se llega a ser como dioses.
Y por si alguien todavía piensa que esto de los masones son manías de gentes que están más “para allá que para acá”, les cuento que en esa conferencia el profesor Bárcena manifestó que, en 1894, el diputado Juan Vázquez de Mella (1861-1928) se las tuvo en el Congreso a cuenta de la masonería con el presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903). Lo que me faltaba…, que la masonería haya sido objeto de un debate parlamentario me pareció tan interesante, que lo sucedido me tiene desde hace días enganchado al Diario de Sesiones del Congreso y a la Hemeroteca. Les cuento lo que pasó.
Todo empezó cuando el 17 de octubre de 1894, a instancias del ministro de Gracia y Justicia, un juez se presentó en la imprenta valenciana de Manuel Alufre para incautar los ejemplares del libro titulado León XIII, los carlistas y la monarquía liberal. Gobernaba entonces el partido liberal de Sagasta. Aunque en la portada de ese libro figuraba como autor un tal Máximo Filibero, todo el mundo sabía que ese era un seudónimo del padre José Domingo Corbató (1862-1913), uno de los publicistas más fecundos del carlismo. Y estando el juez todavía en la imprenta, se presentó allí el padre Corbató, que después de interrogado, fue detenido y no recobró la libertad hasta tres días después.
Portada del libro de José Domingo Corbató: León XIII, los carlistas y la monarquía liberal
Se le acusaba al padre Corbató de cometer injurias contra la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena (1858-1929), porque en la página 310 de ese libro, recogiendo una información del Eco de Albacete, se podía leer lo siguiente: “Una gran desgracia acaba de experimentar la España. La Reina Regente Doña María Cristina ha aceptado la filiación a la francmasonería”.
Tan disparatada afirmación y la detención del padre Corbató provocó un revuelo monumental, en el que cada cual trató de sacar provecho partidista. Los sectores carlistas, que apoyaron a Corbató, no tuvieron la exclusiva de su defensa; pues nada menos que Alejandro Lerroux (1864-1949) publicó un artículo en El País el 26 de octubre de 1894 en el que para atacar a la monarquía utilizó la defensa de un carlista. Veamos lo que escribió el republicano Lerroux:
“Esto es el vértigo del heroísmo fin de siglo, y yo no me explico el cómo la autoridad judicial se ha permitido profanar ese santo lugar de reposo, meditación y éxtasis, por el insignificante motivo de cuatro genialidades dichas por un mártir quo ya no es de este mundo (…) El país restaurado en la monarquía que se hundió para siempre con sus terribles, jamás, jamás, jamás, ha levantado su cabeza como nueva Medusa de cien bocas, y con su política inmoral hipócrita y destructora nos precipita en el caos de la densa nebulosidad que invade el terreno de los derechos del pueblo”.
Cabecera del periódico El País (29-X-1894), en el que Lerroux publicó el artículo en defensa del padre José Domingo Corbató.
El 14 de noviembre de 1894 Antonio García Alix (1852-1911), diputado independiente entonces pero que a partir del mes de marzo de 1895 fue ganado por Cánovas (1828-1897) para el partido conservador, llevó al Congreso lo que estaba en los periódicos y en los corrillos de la calle y se abrió un debate parlamentario sobre la masonería. Y en su intervención, García Alix acusó a la prensa carlista de apoyar a Corbató contra la reina. Y esta alusión fue la que provocó le petición del uso de la palabra por parte de Juan Vázquez de Mella (1861-1928).
Vázquez de Mella, además de diputado, era director del periódico carlista El Correo Español, así es que comenzó por manifestar que él y su periódico estaban en contra de las afirmaciones vertidas en libro de Corbató, en las que se decía que la reina regente se había afiliado a masonería. Y a continuación dirigió su ataque contra Sagasta con el siguiente argumento:
“Hay que decir aquí las cosas con toda claridad; y como a mí no me duelen prendas, yo que aborrezco la masonería y detesto sus principios y sus fines, digo que si es injuria el decir de una persona que pertenece a esa secta, más grave delito es el ser masón; porque si el llamar a uno masón es un calificativo sujeto a litigio, lo que no admite dudas ni litigios es cosa ciertamente más perniciosa y criminal. Si es injuria el pertenecer a la masonería, y hay que perseguir a la prensa que ha atribuido eso a una augusta Señora, entonces más grave cosa debe ser pertenecer a la masonería y formar parte de un Gobierno, siendo ministro responsable de esa augusta Señora”.
En efecto, el dardo iba dirigido contra Sagasta, que pertenecía a la masonería con el nombre simbólico de Paz; y además era público que desde 1876 a 1881dirigió una de las obediencias masónicas más importantes de España, pues había sido Gran Maestre y Soberano Comendador del Gran Oriente de España. Por todo ello, se vio obligado a contestar a Vázquez de Mella y lo hizo con esta sorprendente respuesta:
“¿Quiere S. S. [Su Señoría] que le diga mi opinión particular? Pues en ese sentido diré a S. S. que yo he creído que atribuir a una persona que pertenece a la masonería no era injuria, hasta el punto de que yo he pertenecido a la masonería, porque he creído que pertenecer a la masonería no era delito. Después, cuando he visto que los Papas insistían en su condenación, yo, que me precio de buen católico... (aplausos y grandes risas), apostólico, romano; tan católico, apostólico, romano como S. S., no me he querido poner enfrente de la Iglesia y me he separado de la secta. Particularmente, pues, puedo decir a S. S. que si yo hubiera considerado que el pertenecer a la masonería era delito, yo no hubiera pertenecido nunca a la masonería; porque no ha entrado en mis ideas, ni aun en mi corazón, ni en mis sentimientos, el ser jamás delincuente a sabiendas”.
Si bien el copista de la Cortes apuntó que la confesión de Sagasta de ser buen católico provocó aplausos y grandes risas, la verdad es que podía haber escrito carcajadas, que es lo que en realidad se produjo. Por su parte, El Correo Español, el periódico de Vázquez de Mella, tres días después calificó la intervención de Sagasta de “mentira repugnante e hipocresía ridícula”. Y hasta otro insigne masón, como Miguel Morayta (1834-1917), desmintió en El Globo a Sagasta, pues escribió que tras haber tomado posesión como presidente del Gabinete ministerial, se había presentado en la logia con el mismo traje con el que había jurado el cargo ante el rey Don Alfonso XIII.
Por su parte, más entusiasmo manifestó Sebastián Herrero Espinosa de los Monteros (1875-1898), obispo de Córdoba, que según noticia de La Correspondencia de España envió un telegrama a Sagasta, felicitándole por haber abandonado la masonería. Semejante ingenuidad se entiende mejor si sabe que de este obispo se ha escrito que era “de espíritu abierto y simpático a las autoridades”. Y que por otra parte, el secretario del nuncio, Antonio Vico, informó de este obispo que “en política no manifiesta tendencia hacia ningún partido determinado; antes de ser obispo, es alfonsino, pues según dice él mismo, no se puede esperar nada mejor”. Como para seguir pensando que lo del posibilismo y lo del mal menor de los católicos es un invento de nuestros días.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá