Tengo miedo, sí tengo miedo… Y además de tener miedo me empuja la necesidad de decir que lo tengo. Mientras ordenaba mis ideas en la cabeza para escribir el artículo de este domingo me ha invadido el miedo, al recordar el aniversario de las torturas que padeció antes de morir mártir el sacerdote valenciano Enrique Boix Llisó el 24 de enero de 1937.
Pero no, no me han provocado miedo las actuaciones de los socialistas y de los comunistas de los últimos cincuenta años, sus abusos del poder, sus trampas, sus mentiras y sus corrupciones, todo eso me genera rechazo y desprecio. Pero es la historia de los socialistas y de los comunistas, de la que ellos tan orgullosos se sienten, la que a mí me azuza el miedo.
Es la historia de los socialistas y de los comunistas, de la que ellos tan orgullosos se sienten, la que a mí me azuza el miedo
Contra lo que afirman los promotores de la ley de memoria histórica, la verdadera intención de los socialistas y de los comunistas al aprobar esta ley no es que sirva para que aflore la verdad, sino que sea el medio para ocultar los crímenes que cometieron durante la Segunda República y la Guerra Civil. Pretenden ocultar a golpe de multa y de cárcel que se cuenten las diferencias que hubo en los dos bandos, porque es evidente que la saña y la crueldad del bando del Frente Popular no tuvo nada que ver con lo que sucedía en el bando nacional, por esta razón en la retaguardia de las ciudades y pueblos controlados por las izquierdas hubo checas y en la retaguardia del bando nacional, no. Y esta es la parte principal del pasado que quiere ocultar la ley de memoria histórica.
La expresión general del terror ya da miedo, y eso es lo que pretende, pero cuando se conocen los detalles y las víctimas en concreto a uno se le hiela el alma. Y ese es el miedo que confieso tener al recordar el aniversario del martirio de este sacerdote valenciano del que tengo que escribir este domingo.
El 24 de enero de 1937 martirizaron a Enrique Boix Llisó, cuando tenía 36 años, ya que nació el 20 de julio de 1900. Su familia residía en Llombay, una localidad valenciana alejada del litoral. Llombay se asienta al lado del macizo del Caroche, en la comarca de la Ribera Alta, en el espacio de la Sierra del Caballón.
Nuestro protagonista recibió la ordenación sacerdotal en 1925 y comenzó a ejercer su ministerio en Jijona, Simat de Valldigna, Senija, Jeresa y Alcira, localidad esta última donde fue nombrado capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y de las Madres Franciscanas. Esta capellanía la compaginó con el cargo de vicario de la parroquia de San Juan Bautista, a la vez que realizó un fecundo apostolado con los más más jóvenes como director espiritual de la Juventud Obrera y consiliario de los Jóvenes de Acción Católica de Alcira.
El sacerdote Enrique Boix Llisó murió martirizado la mañana del 24 de enero de 1937: le desnudaron, le vejaron, le ataron a un árbol y la emprendieron a golpes. Le rompieron los dientes, le reventaron los ojos y los genitales. Le acribillaron con agujas de hacer punto y con un cuchillo de matanza le remataron
Precisamente por su incansable trabajo sacerdotal y la influencia sobre la juventud de Alcira, ya recibió amenazas antes de que estallara la Guerra Civil. Por esta razón al desencadenarse el conflicto se escondió en Algemesí, un pueblo situado a menos de diez kilómetros de Alcira. Y en Algemesí le detuvieron en el mes de enero de 1937 y se lo entregaron al Comité republicano de Llombay, su localidad natal.
Para ultrajarle en su castidad, le desnudaron, le vejaron, le ataron a un árbol y la emprendieron a golpes. Le rompieron los dientes, le reventaron los ojos y los genitales. Quedó muy malparado de la paliza, pero todavía sus verdugos le dejaron con vida para sufrir un nuevo tormento, pues sus asesinos no le soltaron y permaneció desnudo y atado al árbol toda la noche, lo que le podría haber provocado la muerte por hipotermia, debido a las bajas temperaturas del mes de enero de la Sierra del Caballón.
Pero a pesar del frío, el sacerdote no murió en esa noche, y los verdugos culminaron su martirio en la mañana del 24 de enero. Para ello se ensañaron con un método, que ni era la primera vez que lo empleaban los rojos contra sus víctimas, ni desgraciadamente tampoco iba a ser la última.
En un cruel remedo de lidia taurina le acribillaron con agujas de hacer punto, como se hace con las banderillas a los toros, y por fin con uno de los cuchillos de hacer la matanza se lo clavaron varias veces en la cervicales, imitando la puntilla que se les da a los toros para rematarlos.
Resulta sorprendente los muchos casos en los que los socialistas y los comunistas ponen de manifiesto su inquina, diabólica sin duda, contra Dios y contra la castidad de sus víctimas. Por eso su empeño en hacerles blasfemar, que desataba la crueldad de sus torturadores cuando no lo conseguían
Resulta sorprendente los muchos casos en los que los socialistas y los comunistas ponen de manifiesto su inquina, diabólica sin duda, contra Dios y contra la castidad de sus víctimas. Por eso su empeño en hacerles blasfemar, lo que desataba la crueldad de sus torturadores cuando no lo conseguían.
Buen ejemplo del empeño blasfemo al que me he referido es el martirio del franciscano de Puebla de Montalbán (Toledo), Antonio Sierra Gallego. Como a Enrique Boix, le desnudaron, le vejaron y le golpearon; después le colgaron cabeza abajo y le zambulleron en un pozo, amenazándole con ahogarle si no blasfemaba. Pero cuantas veces lo hicieron y le sacaban la cabeza del agua, el religioso repetía: “¡Viva Cristo Rey! Misericordia, Señor; perdón, perdón”.
Igual fortaleza mostró el párroco de Panizo (Huesca), Alonso Carracero Lorca. Un pastor contó lo que vio en la carretera que va de Panillo a Graus. Los milicianos la emprendieron a culatazos contra el sacerdote porque cuando le exigían que blasfemase, él respondía con un ¡Viva Cristo Rey! Por fin, le dispararon a partes del cuerpo que no eran vitales, le rociaron con gasolina y le quemaron vivo. Retorciéndose entre convulsiones, el sacerdote murió gritando ¡Viva Cristo Rey!
Al sacerdote Antonio Sierra Gallego le desnudaron, le vejaron y le golpearon; le colgaron cabeza abajo y le zambulleron en un pozo, amenazándole con ahogarle si no blasfemaba. Pero cuantas veces lo hicieron y le sacaban la cabeza del agua, repetía: “¡Viva Cristo Rey! Misericordia, Señor; perdón, perdón”
En cuanto a los ataques contra la castidad, ya me he referido domingos pasados a varios martirios, que solo citaré en esta ocasión, para facilitar el enlace, por si alguno de mis lectores de ahora no los vio en su momento.
Citaré, en primer lugar, el caso de seis mujeres mártires, tres religiosas y tres seglares. Las tres religiosas, además de hermanas de sangre -Carmen, Rosa y Magdalena Fradera Ferragutcasas-, también lo eran de religión, pues pertenecían a la las Misioneras del Corazón de María. A estas tres religiosas las llevaron a un bosque cercano a Lloret de Mar, donde las desnudaron, las violaron y, a continuación, las penetraron con palos por la vagina y, por último, y como muestra de desprecio a su virginidad consagrada, las introdujeron de un golpe los cañones de sus pistolas hasta la empuñadura, las desgarraron del todo sus entrañas y apretaron el gatillo.
Las otras tres mujeres eran laicas, de profesión enfermeras. El socialista Genaro Arias Herrero, presidente de la Casa del Pueblo de Pola de Somiedo (Asturias), la noche antes de asesinarlas el 28 de octubre de 1936 encerró a las tres enfermeras en la Casa del Pueblo del PSOE, convertida en checa, para que cuantos quisieran pudieran violarlas.
A las tres religiosas -y hermanas de sangre- Fradera Ferragutcasas las desnudaron, las violaron, las penetraron con palos por la vagina y las introdujeron los cañones de las pistolas hasta la empuñadura, desgarránolas del todo sus entrañas
El jefe de los socialistas trató de amortiguar los gritos de estas tres mujeres con el chirriar de una carreta de bueyes, que hizo circular alrededor de la checa durante toda la noche. La carreta llevaba el cadáver de un sacerdote, que él mismo había asesinado unas horas antes.
El martirio del obispo de Barbastro, monseñor Asensio, al que le cortaron los genitales antes de asesinarle, es bien conocido y ya me he ocupado de él en otro artículo.
No fue el único en recibir tan cruel martirio en la Guerra Civil. Lo mismo le hicieron al sacerdote de Calpe Francisco Sendra, al que antes de asesinarle le forzaron a tener relaciones con una fulana, a lo que se negó, por lo que en represalia sus verdugos le cortaron los genitales antes de asesinarle. La superioridad moral de la izquierda y la cultura progresista tienen estas manifestaciones.
Y podría seguir en una relación interminable de tantos martirios documentados en los archivos. La lectura de la documentación me provoca miedo, como he dicho al principio. Y a lo mejor hasta alguno de mis lectores podría pensar si el miedo no me hará enmudecer y si este de hoy no será mi último artículo de los domingos de Hispanidad.
Por eso no quiero acabar este artículo sin despejar las posibles dudas. Ciertamente, el miedo es libre, y yo sería de piedra si no lo sintiera, no solo por tener conocimiento del pasado como historiador, sino también por lo que pueda ocurrir en el presente… Sin embargo, frente a los que utilizan el miedo para hacernos callar a los historidores, yo reacciono igual que aquel infante, al que su madre le amenazó para que se durmiera:
—Duérmete, niño que viene el coco… —a lo que con candorosa voz respondió la tierna criatura:
—¡Coco a nene toca pilila!
P.D.
Ya me perdonaran este final, queridos lectores, pero es que todavía me quedan secuelas de una infancia vivida en el barrio proletario de Vallecas.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá