El 70% de los que se mueren en Barcelona no se llevan a la tumba ni un responso, ni una oración, ni tan siquiera un consuelo religioso, porque, o bien ellos, o bien sus familiares, prefieren pasar a la otra vida envolviendo su ataúd con un funeral civil. Este es el dato que ha proporcionado esta semana el Observatorio de los Servicios Funerarios. Cierto que en otros lugares de España este porcentaje es más bajo, pero por la senda que vamos todo se andará, porque se camina hacia la descristianización de la sociedad.
Este dato es la prueba de que se muere como se vive. Se comienza por retrasar el bautismo de los niños o por ni siquiera bautizarlos, se sigue por hacer la primera comunión, que en muchos casos es la primera y la última, se continúa por celebrar el sacramento de la confirmación en una discoteca en la que sucede de todo, incluido un par de comas etílicos y se corona la hazaña con dos o tres bodas civiles, con los correspondientes divorcios de los contrayentes.
Todo esto ocurre en España por perder el sentido de la trascendencia. No se puede esperar otra cosa cuando quienes tenían que tirar hacia arriba deciden chapotear por el fango de la pocilga. Es una vergüenza escuchar los medios de comunicación de la Conferencia Episcopal Española y en algún caso hasta es un escándalo, como el que desde estas páginas se denunció hace años de una emisora de la Conferencia Episcopal como Megastar FM, que organizó a nuestra juventud un fiestorro con go-gos semidesnudas. Pero no pasó nada y, como premio, los responsables de este escándalo siguen en nómina. Lo único que ha sucedido en este caso es que las fotos que la emisora subió a la red desaparecieron tras la publicación de Hispanidad, para borrar las pruebas del delito, por eso cuando ustedes pinchen en los enlaces del artículo de Hispanidad sale “Error 404”, pero encabezando el artículo tienen la foto de portada, que es la única que no pudieron quitar, y por ella comprobarán que no exagero ni lo más mínimo, cuando digo que fue un escándalo.
Todo esto ocurre en España por perder el sentido de la trascendencia
Pero volvamos a los funerales civiles. Muchas compañías de seguros de decesos y de empresas funerarias publican en sus páginas guías para proceder en este tipo de ceremonias. Llama la atención lo poco originales que son, pues parecen copiadas unas de otras. Y sin embargo, tal uniformidad se presenta como una explosión de libertad, frente a la rigidez de la ceremonia religiosa, como ellos dicen. Les copio literalmente el comienzo de una de estas guías: “Para empezar, es importante destacar que los funerales civiles no tienen una estructura tan rígida como los religiosos, por lo que las familias tienen más libertad para elegir cómo será”.
Y a continuación, perdido el sentido del ridículo, se indican las posibilidades del despliegue de libertad de un funeral civil. De entrada, será diferente, según donde se celebre, porque como indican las guías, puede tener lugar en sitios como el jardín de la casa, si es que el finado era rico y vivía en un chalet con parcela, o también se puede celebrar en las salas aconfesionales de los tanatorios, habilitadas para tal evento, con un estrado donde se encarama el director de la ceremonia civil, los familiares y los amigos del difunto que quieran echar su cuarto a espadas en tan peculiar evento.
Y una vez que se elige el sitio, se describen las distintas posibilidades, que les copio literalmente, porque en esta verdulería no hay ninguna lechuga de mi huerto. Dice una de estas guías que los funerales civiles pueden ser temáticos o festivos, y tal cual los describen así:
“Temático: De acuerdo con la vida, pasiones y profesión de la persona ausente, puedes organizar una ceremonia temática. Por ejemplo, si el fallecido era artista, puedes preparar una exposición de sus obras más significativas, compartir sensaciones y vivencias, así como expresar emociones. Si por el contrario, la persona era un gran viajero, puedes mostrar imágenes y vídeos de sus destinos preferidos, contar anécdotas de sus viajes, etc.
Festivo: Este tipo de ceremonias suelen responder a una voluntad expresada por el desaparecido. En este caso, ha podido transmitir que convirtiesen su entierro en algo festivo donde se bailase, comiese y, en definitiva, se celebrase la vida o los momentos compartidos con el fallecido”.
Como ven, todo en contra de la tradición cristiana de España, que ha impregnado nuestra literatura, una de cuyas muestras más destacadas son las coplas de Jorge Manrique (1440-1479), que todos los de mi generación aprendimos en el colegio, compuestas con motivo de la muerte de su padre, Rodrigo Manrique, uno de los hombres más poderosos de su época, que fue conde de Paredes de Nava y maestre de la Orden de Santiago:
“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos”.
Y del rico caudal poético de Jorge Manrique surgieron otros ríos, arroyos y mares, como son los versos de un gran navarro a quien yo conocí:
“Como el arroyo en el río,
el río cae en el mar;
la vida cae en la muerte,
para hacerse eternidad.
Los arroyos van al río,
los ríos bajan al mar;
las lágrimas y oraciones
todas al cielo se van”.
El indisimulado sentido religioso y catequético de los versos anteriores se deben a Valeriano Ordóñez (1924-2003), un padre jesuita al que se le podía ver con frecuencia por las calles de Pamplona, todo ensotanado en su moto de escasa cilindrada, al que yo recuerdo con una sonrisa permanente.
El padre Valeriano Ordóñez con su inseparable moto.
El padre Valeriano Ordóñez fue uno de los autores más leídos de Navarra, gracias a los numerosos folletos que publicó en esa gran colección de Temas de Cultura Popular, editada por la Dirección de Turismo, Bibliotecas y Cultura Popular de la entonces Diputación de Navarra, organismo que realizó una gran labor cultural con una plantilla de tan solo dos personas, Jaime del Burgo Torres (1912-2005) y el inefable y gran amigo mío, Jesús Tanco Lerga, que me convenció de que en el mundillo cultural de Navarra no se era nadie si no publicabas en la colección de Temas de Cultural Popular. Y les aseguro, queridos lectores, que lo que se proponía el genio de Jesús Tanco siempre acababa bien, como lo de la petaca y el sacristán de Tudela, que no se lo puedo contar porque lo sucedido es un tanto verdino y este artículo se publica en horario infantil.
Retratos del matrimonio Pascual Madoz y Matilde Rojas, pintado por Antonio María Esquivel (1806-1857), que ilustran la portada y la contraportada del folleto de Pascual Madoz (1805-1870), escrito por Javier Paredes y editado por Temas de Cultura Popular.
Los partidarios de los funerales civiles se creen que son modernos e innovadores, cuando en realidad lo suyo ya se inventó antes incluso del periodo decimonónico. Por repetitivo es de sobra conocido por todos: en cualquier proceso descristianizador que se precie hay que pintar con colores trágicos el sentido cristiano de la muerte y contraponerlo a los colores alegres y bullangueros con los que colorean la muerte los que se niegan a vivir con sentido trascendente.
Jean de Viguerie, en su gran libro, Cristianismo y revolución, descubre la pauta que establecieron los revolucionarios franceses para arrancar la fe del país vecino, pauta y modelo que sigue vigente en la actualidad y por eso la lectura de este libro es indispensable para entender lo que nos están haciendo. Les copio un párrafo de este libro, en el que el diputado Poultier expone en 1794 una nueva concepción de lo que a todos nos sucederá al fin de nuestros días, según la cual los hombres ya no mueren, sino que “duermen”:
Los partidarios de los funerales civiles se creen que son modernos e innovadores, cuando en realidad lo suyo ya se inventó antes incluso del periodo decimonónico
“En su lecho de muerte, rodeado de toda clase objetos aterradores, el hombre de los curas sufre tormentos reservados a los criminales; sus males se duplican a causa de lúgubres ceremonias, a causa del fúnebre sonido de la campana, a causa de los rostros descarnados y de los ornamentos aterradores. Pero el hombre de la naturaleza termina como ha vivido; su último pensamiento es el recuerdo del bien que ha hecho; su último suspiro, por la prosperidad de la patria; no muere, duerme”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá