El coronavirus se ha llevado a miles de personas a la tumba y, a la vez, ha extendido el miedo entre los vivos. Dicen que el miedo es libre…, y a mí se me ocurre pensar que más cierto que lo anterior todavía es que los hombres somos libres, para permitir o impedir que el miedo se instale en nuestras almas.
Resulta comprensible que hayan sido presas del pánico quienes piensan o actúan sin un sentido transcendente de la vida. Si como estos proclaman, el comportamiento humano debe regirse por el viejísimo lema pagano del comamos y bebamos que mañana moriremos…, se entiende que tomen todas las precauciones y alguna más, para no ser expulsados de tan peculiar paraíso, en el que la felicidad se reduce a comer y a beber mientras se espera a la muerte.Y nada más.
En estos días, en los que hemos conmemorado el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II, viene a mi recuerdo sus primeras palabras, nada más ser elegido Papa: “¡No tengáis miedo!”
Lo que ya no me cabe en la cabeza es que el miedo se haya adueñado de quienes tienen un sentido transcendente de la vida, porque el miedo que aniquila el heroísmo es anticatólico. Como el fin de la Iglesia militante no es otro que convertirse en Iglesia triunfante, a todo católico se le podría abrir un proceso de canonización, en principio con garantías de éxito. Y sería muy lamentable que en algunos casos la sentencia del proceso fuera negativa, al fracasar en el primer trámite, en el que le examina al candidato a santo si ha vivido las virtudes cristianas en grado heroico.
En estos días, en los que hemos conmemorado el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II, viene a mi recuerdo sus primeras palabras, nada más ser elegido Papa: “¡No tengáis miedo!”.
Y me permito traducir estas palabras de san Juan Pablo II en su versión positiva, pero sin cambiarlas el sentido que él las quería dar, porque esa misma orientación es la que había inspirado toda su vida. En realidad, san Juan Pablo II podría haber dicho lo mismo, pero de este otro modo: “¡Sed valientes hasta el heroísmo!”.
No, san Juan Pablo II no se refería a ese tipo de miedo infundado que tienen los niños, cuando corren aterrados a la habitación de sus padres, porque dicen que debajo de su cama hay un hombre. Y les basta una sonrisa suya y un “no seas tonto, que debajo de tu cama no hay nadie”, para que vuelvan a su habitación y concilien el sueño.
Por supuesto, que los católicos tenemos obstáculos reales, que se interponen en nuestro camino hacia el Cielo. Y de estos ya había visto unos cuantos san Juan Pablo II, cuando nos saludó y nos bendijo como Papa por primera vez, desde el balcón de la plaza del San Pedro.
Desde su juventud, san Juan Pablo II había sufrido la persecución de los comunistas en su Polonia natal, que para implantar la tiranía en su patria ni dudaron en aliarse con los nazis para invadir Polonia, ni respetaron las vida de quienes podían oponerse a su tiránico proyecto político, y así solo de un golpe asesinaron a más de veinte mil polacos en los bosques de Katyn.
Wojtyla sufrió la persecución de los comunistas. Por eso entendía la Guerra Civil mejor que muchos españoles
San Juan Pablo II había sufrido en su persona la persecución de los comunistas y, por eso comprendía y rezaba por todos los perseguidos por ese régimen, empeñado en arrancar a Dios de la sociedad. Por este motivo sucedió algo en su primer viaje apostólico a España, que apenas ha transcendido, por haber sido uno de los secretos celosamente guardados, pero hoy, yo se lo voy a contar.
Sin embargo, antes necesito recrear el escenario de lo sucedido, sobre todo en beneficio de mis lectores más jóvenes, porque si se desconoce el contexto, no se podrá comprender nada de lo que le pasó a más de uno, que ya adelanto que se les pusieron los pelos como escarpias. Paciencia, que lo acabaré contando.
En principio, la primera visita de san Juan Pablo a España tenía que haberse realizado en octubre de 1981. Por entonces ya había hecho méritos para pasar a la historia como el papa viajero, pues además de sus desplazamientos por Italia, también había ido a Méjico, Polonia, Irlanda, Estados Unidos, Francia, Alemania y Brasil.
Y el viaje a España tuvo que aplazarse, porque el 13 de mayo de1981 sufrió el atentado de Alí Agca, que estuvo a punto de costarle la vida. La recuperación fue muy larga y su visita a España se retasó un año. Concretamente estuvo diez días en España, desde el 31 de octubre al 9 de noviembre de 1982.
El miedo constituye un gravísimo pecado contra la fe
Durante esos meses de espera, sucedieron en España acontecimientos importantes. Resumo los más significativos. En el verano de 1982 era presidente de Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, que convocó elecciones generales para el 28 de octubre.
San Juan Pablo II tenía previsto venir a clausurar el centenario teresiano el 15 de octubre, pero para no interferir en la campaña electoral que se estaba celebrando en esos días, retrasó su llegada unos días, y nada más bajarse del avión besó la tierra de España, el 31 de octubre.
El fracaso electoral del partido de Calvo Sotelo, la UCD, fue de tal magnitud, que aquello fue el principio de su desaparición. El partido quedó reducido a la mínima expresión, pues solo obtuvo 11 escaños.
Por el contrario, el gran vencedor fue el Partido Socialista, que consiguió una mayoría más que sobresaliente, pues del total de los 350 diputados, obtuvo 202. Así es que en la víspera de la llegada del papa, triunfaba políticamente uno de los partidos que había participado en la persecución contra los católicos durante la Segunda República y la Guerra Civil que, que como ya hemos explicado en artículos anteriores, por el número de sus mártires es la mayor que ha padecido la Iglesia católica en toda su historia.
En esos momentos era presidente de la Conferencia Episcopal Española, el arzobispo de Oviedo monseñor Gabino Díaz Merchán, que sucedía en este cargo al cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Y los comentarios referidos a estos dos titulares de dicho cargo y a su gestión, hoy los pueden hacer mis lectores, para que de este modo no tenga yo que correr con todo el gasto en este domingo.
Y en estas circunstancias, estando en la nunciatura española, que era su residencia durante este viaje, san Juan Pablo II manifestó a sus anfitriones que le gustaría visitar el Alcázar de Toledo.
Muchos confunden cobardía con prudenia. Los defensores del Alcázar de Toledo, no
Se hizo tal silencio, que se podría haber cortado la atmósfera con tijeras. Y los pelos como escarpias... Nadie se atrevió a pronunciar ni palabra, y por eso san Juan Pablo II, prosiguió explicando los motivos de su petición.
Manifestó, entonces, que en su juventud había rezado mucho por los católicos, que se habían portado como tales y de un modo heroico en el Alcázar de Toledo, durante el asedio sufrido en la Guerra Civil.
Y se volvió a prolongar el silencio, que sin lugar a dudas san Juan Pablo II supo interpretar, aunque no emitiera juicio alguno. Más tarde escuchó las “prudentes” razones de sus anfitriones, pero en uno de sus desplazamientos en helicóptero, el aparato se desvió de su ruta y sobrevoló la ciudad de Toledo, dio varias vueltas sobre el Alcázar y regreso su destino.
Y comprendo que ahora más de un lector quiera saber quién me lo ha contado, y a mí me gustaría decírselo, pero es norma de este periódico donde escribo, establecida por su director, que “antes la muerte que la fuente”, y servidor quiere seguir escribiendo aquí los próximos domingos. Así es que hasta dentro de siete días, si Dios quiere.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.