El coronavirus ha cambiado tanto nuestras vidas que en lugar de rezar por las almas de los muertos en un funeral, el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez ha anunciado que les va hacer a los difuntos un homenaje de Estado, lo que es mucho más que un homenaje de Autonomía, y que lo va celebrar en la Plaza de la Armería del Palacio Real, faltaría más…, porque sin duda ahí quedará más elegante que hacerlo en la Pradera de San Isidro.

Pero lo que ya no está tan claro es si este homenaje se lo hace Pedro Sánchez a los muertos por la epidemia, o si todo es un montaje de propaganda en su propio beneficio y a mayor gloria suya, para desde el Palacio Real y a través de la televisión, volvernos a repetir una vez más a todos los españoles: “¡mecachis qué guapo soy!”.

Los voceros de la Moncloa dicen que el acto lo presidirá el Rey, Felipe VI, pero se callan que estará protagonizado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sobre todo por este último que es un mago de la propaganda, y mucho me temo que, a la vez que nos hará olvidar los muertos, nos tratará de convencer de que si seguimos vivos es gracias a ellos dos; me explico, no a la ministra de Igualdad y a él, sino al presidente y al vicepresidente.

Acudirán también al Palacio Real los representantes de las fuerzas parlamentarias y de las instituciones del Estado, los presidentes autonómicos, altos cargos de las instituciones europeas y hasta el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, un comunista de turbio pasado, que provocó que sus compatriotas etíopes cuando se enteraron de que iba a ser nombrado para tan alto cargo promovieran manifestaciones con pancartas en las que se podía leer: “los que matan no curan”.

Sin embargo, en las noticias que yo he podido leer no se anuncia la presencia de autoridad eclesiástica alguna en el Palacio Real ese día, dada la naturaleza del acto. Pero como Carmen Calvo se ha entrevistado con el cardenal Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española, vayan ustedes a saber si no le estará animando al cardenal de Barcelona a hacer “un Talleyrand”.

Los que matan no curan, le gritaban los etíopes al director general de la OMS, Tedros Adhanom, un comunista de turbio pasado... que estará presente en Madrid

Y si ha venido a mi recuerdo el nombre de Talleyrand, el hombre de las mil caras, es porque, siendo uno de los obispos más influyentes de Francia, fue el principal responsable entre el clero de provocar un cisma durante la Revolución Francesa, lo que él mismo comenzó a escenificar en una fiesta con ciertos parecidos a lo que se va a hacer en nuestro Palacio Real.

Dos días antes de los actos del próximo día 16 de julio en el Palacio Real, a los que -insisto- no debe asistir ningún obispo, los franceses habrán celebrado su fiesta nacional, que conmemora no tanto la toma de la Bastilla como la Fiesta de la Federación que tuvo lugar al año siguiente el 14 de julio de 1790, en la que Talleyrand tuvo un protagonismo destacado.

Cuando un cristiano pierde el sentido sobrenatural de la vida, y no digamos nada si además es obispo como Talleyrand, solo comprende la religión como un hecho sociológico, para ponerla a la sombra o al servicio del poder, según convenga

Cuando un cristiano pierde el sentido sobrenatural de la vida, y no digamos nada si además es obispo como Talleyrand, solo comprende la religión como un hecho sociológico, para ponerla a la sombra o al servicio del poder, según convenga. Pero como en lo de apartarse los hombres y las sociedades de Dios nada sucede de repente, por poco que se conozca la vida de este personaje, lo que hizo Talleyrand el 14 de julio de1790 no nos puede sorprender.

Talleyrand ingresó con quince años en el seminario San Sulpicio, pero no con el objetivo de ser un sacerdote de Jesucristo, sino con el propósito de recibir el orden sacerdotal para hacer carrera. Y actuó con astucia y sin disimulos, por lo que en esta etapa de seminarista mantuvo una relación con una actriz de la comedia francesa, sin esconderse. Pero como tenía influencias, acabó ordenándose de sacerdote.

Talleyrand utilizó todo cuanto tenía a su alcance para trepar en la carrera eclesiástica, relaciones familiares o sociales, y consiguió a lo humano llegar muy alto. Además de obispo de Autun fue delegado general del clero, cargo que le convirtió en el administrador general de los bienes temporales de la Iglesia en Francia.

Precisamente por haber desempeñado este cargo, tuvo tanta importancia su intervención en la Asamblea Constituyente proponiendo la secularización de los bienes de la Iglesia. Este fue su razonamiento: el clero francés solo es propietario de una pequeña parte de los bienes temporales de la Iglesia, “la porción con la que proporcionarse una digna subsistencia”; del resto, el clero solo es administrador; ese resto debe emplearse en socorrer a los menesterosos y mantener los templos. Por lo que “si la nación va a encargarse de los menesterosos y de los templos”, ese resto le pertenece. En consecuencia, la Iglesia católica fue desheredada en Francia y sus bienes, calculados en tres mil millones de francos/oro pasaron al Estado.

El paso siguiente fue convertir a los sacerdotes en funcionarios del Estado, lo que se debatió durante los meses de mayo y junio de 1790, que concluyeron con la Constitución Civil del Clero, que provocó formalmente el cisma. Esta ley se aprobó el 12 de julio de 1790, la antevíspera de la Fiesta de la Federación.

Después de los acontecimientos sangrientos de la toma de la Bastilla, en la que lincharon a su gobernador, el marqués de Launay, y con quien tuvieron un gesto de “fraternité” de cortarle la cabeza y pasearla en una pica por las calles de París y debido al Gran Miedo que se desató por los campos de Francia, había que escenificar que la Revolución era armonía y que todo iba a marchar con orden. Y ese fue el objetivo de la Fiesta de la Federación del 14 julio de 1790.

En realidad, aquello fue una fiesta militar con muchas banderitas, para tranquilizar a la población y transmitir el mensaje de que la guardia nacional, reorganizada por La Fayette iba a controlar los desmanes revolucionarios que se habían producido después de la toma de la Bastilla.

Para ello se había preparado unas gradas en el Campo de Marte en las que se acomodaron 300.000 personas, la mayor concentración humana desde el Circus Maximus de Roma. Y ante ellos desfilaron 50.000 soldados armados, procedentes de toda Francia.

¿Y Talleyrand? El obispo de Autun celebró su penúltima ceremonia religiosa en el centro de aquel gran escenario, donde se había levantado “el altar de la patria”, donde Talleyrand iba a celebrar una misa rodeado de 300 sacerdotes, que vestían de blanco y muchos lucían en los ornamentos sagrados los colores azul, rojo y blanco de los nuevos tiempos revolucionarios.

Muchos cristianos consagrados están prostituyendo su vocación

Talleyrand y aquellos sacerdotes que en su día tuvieron un sentido sagrado de su misión, habían perdido el sentido trascendente de la vida y prostituyeron su vocación. Había que cuidar los inmuebles, las casas rectorales y los pocos bienes materiales que no les habían quitado; en una palabra, había que vivir…, aunque a cambio tuvieran que renegar de su misión sacerdotal y abandonar a las almas.

Por su parte, hubo sacerdotes fieles que murieron mártires, muchos huyeron y otros permanecieron escondidos administrando los sacramentos a los fieles en la clandestinidad, porque los revolucionarios solo toleraron a los clérigos que como Talleyrand habían jurado la Constitución Civil del Clero. Y no era conveniente ir contra la historia…, una historia que los revolucionarios habían trazado al margen de Cristo y contra Dios, porque ahora tocaba a los hombres construir una Iglesia humana, intranscendente, de tejas para abajo… ¡De Satanás!, por eso cuando falleció el Sumo Pontífice en aquellos años, con torpe soberbia, la prensa francesa tituló así el acontecimiento: “Pío VI y último”. Y recuérdese que todo empieza cuando a un obispo se le ocurre hacer “un Talleyrand”; a partir de esto, el obispo de tanto mirar al mundo, le vuelve la espalda a Dios.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.