Yo no quiero que cambie la actual España: es muy divertida. Por ejemplo, si no hubiéramos tocado fondo no nos encontraríamos con la jugosísima noticia de que los partidos independentistas catalanes pretender reparar a las brujas.
No queda claro de qué periodo, aunque se supone que de la pérfida Edad Media, nada menos que 1.000 años donde no se sabe cómo la humanidad pudo sobrevivir.
Con esa necedad que caracteriza todo lo progre -hace lustros que el progresismo perdió el sentido del ridículo-, el diario El País nos expone esta pavada con absoluta objetividad: "reparar a las mujeres brujas" y aporta declaraciones igualmente necesarias de políticos, políticas y politiquees indepes para quienes las pobres brujas eras perseguidas, no por brujería sino por misoginia.
Es una de esas noticias que, por estúpida, no precisa mucha glosa: basta con leerla para que todos podamos divertirnos, que tenemos derecho a ello.
De las brujas puede hablarse en serio (mujeres al servicio de Satán), en broma (chifladas inventadas por el cine o la naturaleza), o puede, como hace todo buen progre, negar la realidad y pero defender los derechos de las imitaciones. Esto es lo que hace el Parlament.
En cualquier caso, todo es divertido menos las brujas de verdad. Esas dan mucho miedo.