Ha muerto Luis Hernando de Larramendi, justamente en la fiesta litúrgica de la Virgen de Lourdes, quien le ha liberado de un insidioso cáncer, mezclado con un penoso Covid, que aceleró el final.
Se han escrito muchos epitafios acerca de Luis y algunos muy buenos. Ahí no puedo aportar nada.
Era vicepresidente de la Fundación Mapfre, propietaria del 67% de la aseguradora y miembro del Consejo de Administración de la propia Compañía. Era, cómo no, el hijo de Ignacio Hernando de Larramendi, el histórico impulsor de Mapfre, y, como ha dicho el actual presidente, Antonio Huertas, "arquitecto del Seguro español".
El último año de su vida lo dedicó Luis a honrar la memoria de su padre. Es decir, que es uno de esos tipos que no ha olvidado lo de 'honrarás a tu padre y a tu madre'. Además, era un buen carlista, esos últimos románticos que creen en Dios, patria, fuero y Rey... pero en ese orden.
Se han escrito muy buenos epitafios sobre Luis. Como periodista y amigo suyo, sólo puede aportar un matiz que puede resultar novedoso. Y palabra que no pretendo crear polémica pero no es ningún secreto que los dos últimos presidentes de Mapfre, José Manuel Martínez y Antonio Huertas, el actual, han emprendido un giro al ideario de Mapfre que podemos hacer coincidir con la salida a bolsa de la aseguradora.
No creo que nadie pueda darse por ofendido si aseguro que Ignacio Hernando de Larramendi dirigió la aseguradora, la primera de España y décima del mundo, bajo un ideario cristiano, pegado a la doctrina social de la iglesia. Sí, he dicho gestión católica. Y no creo ofender a nadie si afirmo que las presidencias de Martínez y Huertas se han caracterizado por un proceso de 'modernización' de la aseguradora que poco tiene que ver con la que dirigiera Ignacio Hernando de Larramendi.
Se suponía que su hijo Luis, presunto máximo exponente de la 'vieja guardia', como les denominan alguno de los jóvenes leones, se opondría a ese cambio de orientación. Pues bien, cuando un día adelanté una crítica sobre los mandatos de Martínez o de Huertas, mi amigo Luis saltó a la trinchera para poner orden. Un alegato en toda línea en defensa la labor de Martínez y, sobre todo, la del actual presidente, Antonio Huertas.
En la misma línea, recuerdo una ocasión en que le dije a Luis que bajo el mandato de Martínez, Mapfre se había estancado y bajo la presidencia de Huertas, se había saneado la herencia de Martínez. Luis -insisto, presunto representante de la vieja guardia- saltó de nuevo en defensa de Martínez del actual presidente y, en resumen, de Mapfre.
Esto es lo que se llama lealtad, y encima lealtad inteligente. Lo que no le impidió dedicar el último año de su vida a reverdecer la historia de su padre.
Luis Hernando de Larramendi ha muerto a los 69 años de edad y con él se nos va una nobleza que parece propia de otros tiempos. Y esto sin recurrir a la mentira ni por un instante. ¿Comprenden ahora por qué siento nostalgia de la nobleza de Luis?
La enfermedad que ha resultado letal le ha sobrevenido deprisa cuando supo lo que realmente tenía, algo difícil de saber hoy en día, cuando los médicos se ocupan más de las enfermedades que de los enfermos, me dijo:
-Eulogio, yo no quiero ser el enfermito al que todos preguntan cómo está.
-Luis -le respondí- me importa un pimiento. Yo soy de los que te lo va a preguntar.
Y él respondió a mis peticiones de información, como lo hizo para defender a Martínez y Huertas: sin mentiras y sin autocompadecerse. Ni quejumbroso ni jactancioso. Con el coraje del hombre de fe que sabe que todo es para bien.
En paz está, pero seguro que no está descansando. Ahora, tras su muerte, anda más activo que nunca.