El País anuncia a todo trapo que “los gestos de distensión anticipan el final de la crisis con Marruecos”. Y apostilla. “Rabat y Madrid se encaminan a una normalización de las relaciones diplomáticas entre medidas para rebajar el conflicto y recuperar la confianza mutua”.

Me leo el artículo y el único cambio que percibo es que la policía marroquí ha frenado cuatro asaltos a la valla de Melilla en 10 días.

¡Cuánto bueno! No se entiende por qué la policía marroquí no impide que los inmigrantes africanos lleguen hasta la frontera española y por qué les maltratan malviviendo en los bosques próximos a España, hasta que un buen día se les animan a jugarse la vida saltando la valla… para fastidiar a los españoles. Pero, al parecer, esto es un síntoma de distensión.

La verdad es que el amigo personal de Pedro Sánchez, el ministro de Exteriores, José Manuel Alvares, amenaza con hacer buena a Arancha González Laya. En cualquier caso, si la solución a la crisis que Marruecos abrió con España enviando a sus menores contra Ceuta es que España responda con el silencio... Un silencio ominoso, cobarde.

Si ahora la distensión consiste en que todo siga igual, con una espada de Damocles pendiendo sobre nuestras cabezas, con un Sánchez cobardón y un Pablo Casado viscoso, que al único que ha expulsado de las dos plazas africanas es a Santiago Abascal, pues no se yo…

Y lo peor es que la falsa paz siempre lleva a la guerra.