Mónica García, líder de Más Madrid acusó al consejero de Díaz Ayuso, el tal Enrique Ossorio, de cobrar el bono eléctrico siendo rico. Todavía no sabemos quién es más rico de los dos pero la ley se hace para ricos y para pobres.
Ahora bien, el cachondeo llegó cuando resultó que Mónica García, la acusadora, también cobraba el bono eléctrico. Dime de que presumes... Y fue entonces, cuando médica y madre aseguró que devolvería el dinero porque ella no era como otros: sabía rectificar cuando se equivocaba.
Es curioso, estos progres nuncan aceptan que hayan actuado de mala fe, que es lo que acepta cualquier cristiano que acude a confesarse. Ellos no cometen horrores, sólo errores. Como los niños, hacen el mal sin querer.
Lo cierto es que García había puesto en marcha el mecanismo de la calumnia de la difamación, que ya saben tienen el mismo objetivo: injuriar al prójimo... aunque la calumnia sea mintiendo y la difamación diciendo la verdad... cuando no debe. A veces olvidamos que ambas, difamación y calumnia, son condenables.
En cualquier caso, el mal del periodismo y de la política actuales no es el bulo, ni la falta de rigor, un rigor cada vez más alejado de la verdad, sino que son estos dos, de signo opuesto: el prejuicio y la credulidad.
Los bulos son al periodismo actual lo mismo que la corrupción a la política. Ni el uno ni la otra me preocupan demasiado. Las mentiras tienen las patas cortas y no necesitamos especialistas en denunciar 'fake news'. Esos especialistas no pretenden defender la verdad sino censurar al políticamente incorrecto. Por ejemplo, en la España de hoy, censurar cualquier mensaje cristiano. Y lo que es peor: no hay mayor bulo que los emitidos por el busca-bulos.
De idéntica forma, si hablamos de política, el problema no es la corrupción sino su utilización, con aviesa intención de prisión preventiva, contra el adversario. Lo de Mónica García, médico y madre se resume así: dime de qué acusas y te diré de que adoleces. Al acusador le importa un pimiento que el acusado sea inocente y culpable porque, al igual que ocurre con otro fenómeno relacionado, el jurídico de los delitos de odio, el acusador de corrupción consigue que sea el acusado quien deba probar su inocencia.
El bulo se denuncia por sí solo, porque la mentira tiene las patas cortas, y porque la verdad de un relato no se centra en descubrir una falta de rigor sino en su total coherencia, o total incoherencia, interna. Con la corrupción política ocurre algo parecido. El acusador pretende que sea el acusado quien demuestre su inocencia, en lugar de probar él su culpabilidad. Y aunque sea más inocente que una amapola, la sombra de la sospecha ya ha sido sembrada con un genérico llamado corrupción. A eso añadan que, en muchas ocasiones, en los ataques sobre corrupción se confunde delito con pecado y, al revés, legalidad con moralidad.
Precisamente, los que más interesadamente lo confunden son aquellos para los que no existe una moral objetiva y que aplican la ley según su desleal e interesado saber y entender.
En ambos casos, se cumple el análisis de San Josemaría, el fundador del Opus Dei, que escribía, en 1961, anticipándose varias décadas al ambiente periodístico y político hoy reinante en España. Ojo al dato: "eligiendo en norma de juicio el prejuicio, ofenderán a cualquiera antes de oír razones. Luego, objetivamente, bondadosamente, quizá concederán al injuriado la posibilidad de defenderse: contra toda moral y derecho, porque, en lugar de cargar ellos con la prueba de la supuesta falta, conceden al inocente el privilegio de la demostración de su inocencia". ¿No es este, acaso, el ambiente reinante en el panorama político español, el mismo ambiente que los periodistas, como borregos, estamos secundando con entusiasmo?