El catecismo de la Iglesia Católica actualmente vigente, el de 1992, no condena al homosexual -es más, ordena tratarle con respeto y delicadeza- pero sí condena, de forma tajante, la homosexualidad o, si lo prefiere algún leguleyo, los actos homosexuales.
Por tanto, es evidente que un sacerdote, encargado de evangelizar y de predicar con el ejemplo, no puede andar en ambientes homosexuales salvo para explicar la sana doctrina.
De otra forma, estaría dando escándalo, así que más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y le echaran al mar.
No tengo la menor intención de pormenorizar en la polémica que ahora mismo asola al Obispado de Madrid, dirigido por el cardenal arzobispo José Cobo, no me da la realísima gana.
Incluso entiendo el silencio, porque si mi padre, o mi hijo, no se comporta como debiera, intentaré que se arrepienta pero no lo iré pregonando. Ahora bien, una cosa es pregonar y otra muy distinta, quedarse cómodamente cruzado de brazos. Porque actuar sí que se debe.
En pocas palabras: Monseñor José Cobo, dé usted ejemplo: expulse de la jerarquía, que no del sacerdocio, ni de su corazón, a los curas gays de Madrid. Tráteles con toda delicadeza y afecto, pero no permita que den escándalo a una grey ya bastante escandalizada.
Recordatorio pertinente: el escándalo no consiste en hacer mohínes sino en animar a otro a pecar, por lo general con el mal ejemplo. Justo lo que no deben hacer los pastores.
En cualquier caso, ¿por qué no se responde a algo tan grave si la homosexualidad está condenada por el Catecismo vigente en sus puntos 2357, 2358 y 2359?
Excmo y Rvdmo Sr. don José Cobo: actúe.