De los patéticos acontecimientos del lunes, cuando Pablo Iglesias e Irene Montero fueron al mercado, lo mejor ha sido aquello de "No podíamos pedir la baja", se supone que porque eran vicepresidente y ministra, cargos que imponen mucha dedicación. 

¡Que tontería! Pedro Sánchez se concedió a sí mismo una baja de cinco días para reflexionar y su reflexión concluyó según lo previsto: que seguía en la poltrona.

Volvamos a don Pablo y doña Irene. Recuerden: el lunes se juzgaba a su acosador domiciliario, a quien, siempre clemente, doña Irene deseó una condena ejemplar. Para acabar con la impunidad... y para que se pudriera en la cárcel por atreverse a enfrentarse a ella. Iglesias, siempre valiente, rozando en la osadía, se atrevió a plantarse ante una mujer que le increpaba. 

Iglesias y Montero, piden para su pérfido acosador nada menos que tres años de cárcel -es decir, que entrarían en prisión- por protestar ante el casoplón de los Iglesias-Montero, y arriesgarse a ser detenido por las interminables patrullas policiales que protegían una de las casas más vigiladas de España. La verdad es que esta pareja, intentando pasar por víctimas y exigiendo castigos severísimos para sus contrarios, tiene su aquel. Es el escracheador escrachado... y vengativo.

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Pero lo más llamativo ha sido la lacrimógena actitud de la pareja ante el juez y ante los medios que les esperaban a la puerta, y uqe viene a ser una sola cosa: objeto de dramatización, Pasaron miedo, aseguran, acosados por aquellos desalmados que les escracheaban. Precisamente ellos, los inventores del escrache en domicilios ajenos... protegidos por sus guardaespaldas y por contingentes de la Guardia Civil que no permitía ni deambular delante de la vivienda. 

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Sufrieron angustia -aseguran- porque fuera sus vecinos pedían que se marcharan de la zona. Lo cual está muy mal y resulta de muy poca educación y señorío pero oiga, no parece que fuera para sufrir angustia.

Lo que ya hemos dicho en Hispanidad: quien a hierro mata, a hierro muere, señores Iglesias y señora Montero y la dramatización sólo está permitida en el Congreso, no en el juzgado.

La guinda: según Irene Montero, la culpa la tiene la prensa que lanzaba a las multitudes contra su hogar. Y eso lo dice quien utiliza los medios -como su mismo nombre, indica: medios- para arremeter contra todo aquello que no le gusta. Los periodistas son unos desalmados pero pobre del periodista que se atreva a oponérseles o simplemente a no repetir sus proclamas. 

De paso, Montero aprovecha para arremeter contra Isabel Díaz Ayuso delante de su pareja, Pablo Iglesias: lógico, fue Ayuso quiene echó de la política a su pareja tras ganarle en unas elecciones.   

En resumen, un vicepresidente y una ministra, dos de las personas más protegidas de España, aseguraron que sintieron angustia cuando los vecinos les increpaban a la puertas de su casoplón en Galapagar. Lógico, su orgullo sufría muchísima angustia.