Los medios de comunicación de masas, privados y públicos, llevan años resistiéndose a realizar su propia reconversión industrial, como hicieron y siguen haciendo muchos de los sectores de la economía. Sólo que la prensa se opone como gato panza arriba por temor a perder el monopolio de la información.

Con la llegada del fenómeno de la prensa gratuita en los noventa (el Mini Diario de Valencia está considerado  el primer diario gratuito que apareció en las calles españolas en 1992), la mayoría de las cabeceras impresas en España sufrieron el primer traspié por un hito en los medios de comunicación impresos y el trasvase del pastel publicitario clásico hacia nuevos diarios de distribución gratuita callejera. 

Ya entonces hicieron todo lo posible por boicotear las ediciones de papel de mañana y tarde con objeto de no perder cuota de mercado. Un poco más tarde casi con el cambio del milenio irrumpieron muy tímidamente los primeros diarios digitales (como Hispanidad.com, decano de la prensa digital en España que cumple más de 25 años), resultando ser otro torpedo en la línea de flotación de la mayoría de los grupos de comunicación impresos de España. Menospreciaban sus cabeceras digitales porque esa es la estrategia que emprenden para aniquilar al percebe o al molusco que pretenda crecer en la roca del mar. Aún a día de hoy, hay poderosos grupos  mediáticos que siguen resistiéndose  al cambio de paradigma, procuran retener el monopolio de la información y se oponen a la reconversión del sector prensa pese a la cada vez más exigua inversión publicitaria por parte de los anunciantes. 

La proliferación de la publicidad institucional por parte del Gobierno y las administraciones públicas se ha utilizado para cubrir el “gap” (desfase) de los anunciantes privados y de paso atar en corto o influir por no decir chantajear editorialmente  a unos cuantos medios que a todas luces han perdido la dignidad periodística a cambio de unos cuantos cuartos. Si antes en la era analógica del periodismo  parecía incongruente desde el punto de vista empresarial  tan elevado número de cabeceras en papel para tan poco pastel publicitario, lo mismo está ocurriendo ahora con los medios digitales que menguan sus ingresos en favor de otros formatos. 

Con la irrupción de las redes sociales y su máximo apogeo actual, la industria de los medios de comunicación tradicionales en España está agonizando y para sobrevivir  parece no haberle quedado más remedio que entrar en el juego político  de la polarización, tomar bando por una de las dos Españas y emprender la guerra entre  la prensa progresista y la prensa facha o fachoesfera. 

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El advenimiento y multiplicación de los embustes políticos con noticias falsas ha creado el caldo de cultivo para la difusión de los bulos en la prensa que también se alimentan en las redes sociales. Y viceversa. Hay que recordar que antes de la llegada de las RRSS la prensa analógica también difundía y manipulaba a su antojo ciertas informaciones, según como ahora la consigna política. 

Pero la irresponsabilidad de no pocos grupos editoriales, sus medios, periodistas y el fallido rol de control de los poderes ha desencadenado  la proliferación de los extremismos políticos y grupos radicales que han aprovechado para vender sus propios relatos sin contra-narrativas ni de los contra-poderes públicos ni de los medios de comunicación en general. La batalla política se ha adueñado de las portadas día a día de las portadas de casi todos los medios, tanto en papel como digital.

Por eso, algunos pensamos que la verdadera reconversión industrial del sector prensa tanto en España como en Occidente es inevitable, y más desde que plataformas digitales (tipo X, Meta, Instagram, Tik-tok, YouTube, etc) han suplantando al trabajo clásico del periodista en busca y difusión de una noticia.

Actualmente cualquier persona con un móvil puede en teoría grabar una noticia y difundirla por los canales de las redes sociales sin necesitar  que un periodista (oficio que se resiste también a redefinirse) de un bando u otro redacte su relato particular cargando las tintas sobre la posible implicación política o instrumentalizando un simple hecho noticioso según convenga.

La prensa, en otros tiempos el cuarto poder y hoy día vasallo de las subvenciones gubernamentales y besamanos de los poderes públicos, ha perdido el norte, violado el código deontológico de verificar las fuentes y los datos, volcándose de lleno en la guerra de los relatos interesados contra el opositor ideológico. 

Los “viejos diplodocus” como muy bien explica el periodista Miquel Giménez -refiriéndose a los poderosos grupos de comunicación clásicos en este país-, se resisten por todos los medios al sorpasso de las redes sociales, sin saber muy bien el rol que han de jugar en un futuro muy cercano, en especial con la emergente aparición del cuarto hito social-tecnológico como es la IA. 

Como ciertos analistas confesaban en las pasadas elecciones norteamericanas, antes prestigiosas cabeceras mediáticas de los EEUU ponían y decapitaban candidatos a la presidencia, administraciones, jefes de gobiernos y altos cargos. Hoy en día ya no es así, sino  las RRSS a base de tuits, reels o mini videos en algunas de las variadas plataformas digitales. “You are the media now” (Tú mismo eres el medio de comunicación ahora) es el paradigma que se impone actualmente en el sector prensa.

Además cabeceras como New York Times, CBS y otros medios norteamericanos son acusados de difamación y parcialidad política "a escala industrial" e "interferencia electoral" exponiéndose a demandas milmillonarias por parte del nuevo presidente electo Donald Trump. 

Como la estrategia de subsistir e imponer su relato interesado se les viene abajo, cada vez más medios y periodistas amenazan con dejar de publicar en sus cuentas de algunas de esas redes sociales. Lo justifican con el argumento de la ultraderecha. Y qué es la ultraderecha? Todo aquello que no comulgue con el “mainstream” vigente.

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En el pasado también no pocos medios clásicos pusieron el grito en el cielo a que Google publicara noticias de la prensa escrita en internet  de forma gratuita. Tras la negativa vino el baño de realidad al aceptar que no estar en Google es negar la existencia de ese mismo medio en la red de redes, contabilizar un menor tráfico de lectores en sus páginas webs  y caída de los baremos publicitarios.

Qué puede hacer la prensa ante el más serio  desafío en décadas? Desde luego no dar las espalda a la realidad del cambio tecnológico y social ( la digitalización de la sociedad en todas sus facetas ) como lleva haciendo desde hace tantos  años y abordar de frente la aparición de nuevos canales de comunicación competidores. La evolución del hábito de consumo de prensa clásica en favor de las redes sociales irá en aumento y quién sabe si prosperarán nuevas realidades comunicativas disruptivas. En especial,  la IA cuyos efectos desconocemos, pudiendo generar a la prensa y los grupos mediáticos nuevos conflictos tanto editoriales, como de competencia y de narrativas para  hechos noticiosos. 

Volver a la honestidad profesional sería otro paso muy importante y  alejarse de depender descaradamente de las ayudas gubernamentales en favor de la independencia informativa, lo opuesto al amiguismo, los favores y el compadreo político que se ha normalizado en la prensa actualmente. 

En tercer lugar, afrontar que el periodista se ha de reciclar y “competir” con otros informadores informales. Llamar “intruso” a influencers o a usuarios de RRSS cuando tenemos a directores de medios, programas y comentaristas que se hacen pasar por periodistas e imparten dogmatismo periodístico y político es no ser serio. Como tampoco criticar a las RRSS mientras la prensa clásica se nutre de un buen número de tuits y noticias de las redes. 

De los genuinos tertulianos ecuánimes del pasado hemos retrocedido a una legión de aduladores incondicionales disfrazados a sueldo del régimen en representación de la nueva cadena de la Prensa del Movimiento (aquella lista de medios afines al antiguo régimen costeados a base de subvenciones en tiempos de Franco).

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O se es periodista -tanto en las formas como en el fondo- o agitador político. De igual manera que es inadmisible que un cirujano opere sólo según el idioma del paciente, un juez falle por norma a favor de los ricos o los bomberos se nieguen a apagar fuegos. 

La especialización de los contenidos tal vez sea otro remedio al periodismo del futuro que se impone a los teletipos de las agencias de prensa y al reporterismo mal entendido. Las agencias como los diarios y medios audiovisuales han de convivir con el hecho de no ser los únicos poseedores de la información, así como de su tratamiento y difusión. 

En quinto lugar, recuperar el rol del “cuarto poder”: despojarse de las censuras y autocensuras que esconden controversias, escándalos o escarceos de todo tipo porque el implicado/a es un personaje de renombre social. Lo vimos en décadas pasadas con el Emérito, pensando erróneamente que así hacían un enorme favor a la democracia pero un mayor daño a la sociedad y a la reputación de la prensa. También lo vemos actualmente con los calificados “pseudo-medios” o los verificadores de noticias costeados por el gobierno, multitud de casos de corrupción tapados o incluso de ciertas portadas picantes que se esconden en España pero se publican en el extranjero por temor a represalias. 

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Las escuelas y facultades de periodismo harían bien en adiestrar a los futuros profesionales de la información porque el monopolio de la noticia es cosa del pasado. Y de paso acabar con la masificación de las aulas para una profesión sobredimensionada de licenciados en paro. Yo creo más en la formación holística y transversal para hacer de un periodista un buen profesional que vele ante todo por la honestidad y el rigor, términos tan devaluados en el presente con las fake news. 

Si la industria de la automoción mantiene una batalla campal como consecuencia de la reconversión industrial por la transición ecológica, el concepto de movilidad y el coche eléctrico, el sector prensa, como otros muchos ramos de la economía no es tampoco ajena. Con una diferencia, muchos podemos prescindir de un coche, pero no de renunciar al derecho a la información, sin manipular  noticias o hechos relevantes que condicionan la convivencia democrática.

 

@ignacioSLeon