El Gobierno quiere anteponer etiquetas al alcohol, como al tabaco. Ya saben: esto es malísimo para tu salud, tronco. Allá tú si continúas tomando una copa de vino.

Yo te sigo vendiendo el producto y te cobro buenos impuestos por él pero que conste que me preocupo de tu salud.   

Para entendernos, la progresía español odia la libertad porque evita la responsabilidad personal. Hasta para portarse bien -más bien de forma repugnantemente puritana- necesitan de una norma inscrita en el Boletín Oficial del Estado.

En cualquier caso, cercar al tabaco, ahora al alcohol, demuestra que al progresismo no le gusta la libertad. La verdad es que lo suponíamos, tanto anteponer la igualdad, un valor relativo, a la libertad que es un valor, aunque limitado, absoluto. 

En cualquier caso, ya con Zapatero se pretendió tirar piedras contra nuestro propio tejado, al pretender -¡desde la propia España!-, principal productor mundial de vino, obra de alguna mente socialista, especialmente astuta, que la Unión Europea comenzará a considerar el vino, no como un alimento, sino como una bebida alcohólica... lo que dispararía su precio hasta convertirlo en una bebida de lujo. Sí, hay que ser tonto, pero es los progres son muy tontos. Ahora se pretende lavar el cerebro de las mentes débiles con la curiosa pretensión de colocar etiquetas en las botellas de vino que adviertan sobre lo muy perjudicial que puede resulta la maravilla que van a ingerir, tanto para su salud física como la psíquica. 

Menos mal que las elecciones han detenido tamaño disparate. Lo dicho, aunque semeje lo contrario, progresismo no es más que puritanismo.

En resumen, no fumes, ahora no bebas, no comas carne... vamos, que te mueras de asco. Para entendernos, progresismo es igual a puritanismo porque antepone la igualdad a la libertad... y porque le gusta muy poco la alegría.