¡Cómo hacer un viaje con destino
al lugar que en estos tiempos no es creído!
Sin embargo, y aunque sueño pareciera,
me vi frente a un lago helado, que sintiera
bajo mis pies más de vidrio, que de agua.
A mi lado estaba Dante, como Virgilio
estuvo al suyo, acompañándome.
Aquí el tiempo no ha pasado –me dijo–
ya que es presente y eterna su existencia,
y están los que vinieron y los que estaban;
y algunos, que aunque todavía no lo sepan,
porque se sienten vivos, ya están viviendo
aquí, lo que por sus actos les espera.
Al igual que entonces, sobre el hielo,
solo asoman sus cabezas, con cabellos o sin ellos;
con miradas asombradas, que expresaban
el infinito y constante dolor, que les martirizaba.
Y alzando los ojos, vi allí a quien la traición
a una nación secular, en su corazón había ocultado
durante largos años, mientras la iba madurando.
Aprovechándose, de quien el gobierno en sus manos,
y en aras de una buena gobernabilidad,
fiándose de su lealtad, había depositado.
Y entonces, aunque el intenso frío que allí hacia
había endurecido las facciones de mi cara
haciéndolas insensibles, me azuzó a exclamar:
–Guía mío,
¿no es ese, que todavía vive allá en el mundo,
el que en bandera regional se envolvía,
para ocultar sus económicos desafueros;
y mientras, adoctrinaba sentando las bases
de su ambiciosa y traicionera política?
–Veras, –me contestó–
que está al lado del que fue conde Ugolino,
y al igual que a él, también fueron encarcelados sus hijos.
Y así como al conde Ugolino lo acompaña el arzobispo
Ruggieri, a este de cabeza calva, le acompaña un tal Mas.
Y vi los dos grupos, los de antes y los de ahora.
De sus ojos salían lágrimas que por el ardiente
frío se helaban de inmediato, cegando los ojos
como si una cubierta de cristal llenase sus cuencas.
No muy lejos pero separados por una distancia
que parecía infranqueable, vi a otro más numeroso
donde una cabeza con flequillo y gafas, destacaba
junto a otro de aspecto grueso y redondeada cara.
Y el desgraciado de las gafas y flequillo, nos gritó:
–Almas crueles, que descendéis a este abismo,
levantadme de mi rostro estos duros velos
para que desahogar pueda mi dolor y pena,
antes de que mis lágrimas a helarse vuelvan.
–Si mi ayuda quieres –le contesté– dime quién eres.
–Yo soy Puigdemont, que al igual que fray Alberigo,
“he devuelto dátil por higo”, que este sitio mi traición
a mi dolor, transforma en ciento por uno.
–¡Oh! –dije yo– tú no estás muerto, que estás en Waterloo.
–Ignoro dónde y cómo estará mi cuerpo en el mundo.
Es la ventaja que tiene la Antenora donde estamos,
y en muchas ocasiones cae el alma en ella antes
que la Parca un solo dedo mueva. Y para que así
me quites mis lágrimas vidriosas del rostro, te diré
que cuando un alma hace traición, como yo hice,
su cuerpo le es arrebatado por un demonio que
después lo gobierna hasta que le llegue su muerte.
Y hasta este pozo él alma cae, mientras allí arriba,
con Irónico, ese otro espíritu que en mi lugar inverna
parece estar aún vivo, orgulloso de su vivencia.
Debes saber que aquí yace, encerrado hace un año
conmigo, el considerado honorable Junqueras.
–Creo que te engañas –le contesté– pues Junqueras
no ha muerto todavía y está en la prisión de Lledoners:
donde come y bebe y duerme y viste telas.
–Tiende hacia mí tu mano ahora y ábreme los ojos.
Mas no se los abrí. “Con traidores, cortés no vale ser”.
¡Ah, catalanes, aquellos que el “Seny” no guardasteis,
ajenos a costumbres honestas y llenos de ambición!
¿Por qué no seréis limados del mundo?
Que con el peor espíritu de la Cataluña
hallé a muchos más de los vuestros que, por sus obras
y deslealtad, ya bañan sus almas en el Cocito,
aunque en el mundo sus cuerpos aún parecen vivos.
¡Oh dolor del alma! ¡Oh confusos sentimientos
que a la traición llevan! Y aunque ahora no pagasen,
los dolores, los sufrimientos, que a otros conllevan;
acabaran con sus cuerpos en este río, donde sus almas
ya se bañan, y para la eternidad los esperan.