El cielo, los cielos, no se asaltan,
al igual que los infiernos se ganan
día a día, con nuestros malos actos;
los cielos se conquistan, con aquellos
que el sacrificio hace buenos.
Y ambos, los cielos y los infiernos,
no son, o si son, de este mundo,
pues los llevamos con nosotros,
tanto en éste, como en el futuro.
Mientras la soberbia nos domine,
y la vanidad nos tiranice,
y la mente y el alma nos nublen;
si pensamos que subimos al cielo,
estamos cayendo en el infierno.
Solo la humildad de sabernos finitos,
lleva a un dialogo sincero,
y alcanzar se puede un acuerdo,
sin conceder fundamentos, cediendo.