En el rostro doliente del enfermo,
es tu rostro el que contemplo.
Y el dolor que sin queja sufre,
es crisol que al alma purifica,
cuando tú acudes a su encuentro.
En el que tiende la mano hambriento,
al divino pordiosero, yo veo;
pidiendo el alma del que pasa,
rescatándola de sus miserias,
de sus miedos.
En la sed, del que abandonado yace
en una calle, sin amor y sin remedio;
es en la cruz tu sed, es tu desvelo
por los hombres que no te buscan,
la que yo siento.
Y el que entre cartones o en un banco
duerme, y oculta su soledad y desamparo;
a tus padres buscando posada,
sin tener quien los acoja y dé cobijo,
son a quienes recuerdo.
En el que solo harapos vestir puede,
sin nadie, que su mísera desnudez cubra;
tu desnudez en el expolio observo,
y darle la mitad de mi manto quiero.
En el inocente, cautivo por la vesania
de otros hombres, que darle muerte quieren;
es a ti a quien preso veo, y observo
cómo solo tú, rescatarle puedes.
El que muerto del cuerpo está,
su cuerpo a la tierra, con dolor entrego.
Y su alma a ti encomiendo,
para que la acojas en tu cielo,
cuando tú, acudas a su encuentro.
*Del poemario inédito: Moradas interiores