Sin el sol alumbrando el nuevo día,
hacia el huerto, más cercano que lejano,
sus pasos, las mujeres encaminan.
Sobre las colinas de oriente,
una blanca esperanza, ligera,
cual remoto reflejo de una tierra
vestida de lirios y plata, lentamente
se elevaba el alba, entre el palpitar
de las lejanas constelaciones;
venciendo el fulgor tenue
del centelleo de la noche.
De esas albas serenas era el día,
que a pensar llevan en los inocentes,
que dulcemente duermen su alegría;
y de las promesas, en su belleza,
y en que el aire, benigno y limpio,
por el vuelo de ángeles parece,
un momento antes conmovido.
Dulces y virginales días
De lúcidos pensamientos,
con alegre verecundia,
con estremecimientos frescos,
con alentadoras alegrías.
¿Quién del sepulcro apartará la piedra?
Las cuatro mujeres se decían.
Cuatro eran, eran cuatro mujeres,
debilitadas por el amor y el dolor.
Eran cuatro débiles mujeres,
a quienes ese dolor y ese amor
las hacían mujeres fuertes.
La oscura boca de la gruta
en la reinante oscuridad se abría,
con mano temblorosa, una,
tanteó el umbral atrevida.
No se decidan a volverse,
y a entrar no se atrevían.
Emergiendo por entre las crestas
de las cercanas colinas,
el sol alumbró de la gruta, su abertura.
Atesorando ánimos entraron,
por un sobresalto estremecidas.
Un joven vestido de puro blanco,
cándidas y radiantes vestiduras,
estarlas esperando, parecía.
¿Por qué entre los muertos buscáis al que da la vida?
El que buscáis no está aquí, Resucitó a la Vida.