Nayib Bukele, presidente de El Salvador, mantiene una popularidad del 92% entre sus ciudadanos. Sí, es el mismo mandatario al que lanzan dardos desde uno y otro lado, por toda la América Hispana. Su mano dura contra la delincuencia no ha gustado en ningún lugar de Occidente, un Occidente hoy controlado por el Nuevo Orden Mundial (NOM) progresista... pero resulta que sus ciudadanos le adoran. A lo mejor es porque los hombres NOM y los poderosos en general no sufren los asesinatos, pillajes, violaciones y humillaciones varios de las bandas -maras- mientras los salvadoreños, sí.

Pero el caso de El Salvador refleja un fenómeno mucho más amplio que se extiende por todo Occidente y que refleja un divorcio tajante entre la clase política y el pueblo votante mientras se logre mantener una imagen mediática que nada tiene que ver con la realidad y sobre todo, con unos sistemas legales cada vez más intrincados, donde el relevo en el poder se vuelve cada vez más complicado y donde el futuro de los partidos políticos depende, ante todo, de su capacidad de financiación y de su capacidad para mover las redes sociales en su favor.  

Cuando en un país surge la inseguridad se deja ver este divorcio en todo su esplendor. Porque sobre la economía se puede mentir pero sobre la inseguridad ciudadana es más difícil.

Y es que el derecho que más valoran los ciudadans es el derecho a la vida: a su vida.