La guerra de Siria comenzó en 2011. Desde 2008, en la Casa Blanca estaba Barack Obama, un brillante estadista que iba a solucionar el fanatismo musulmán con la Primavera árabe y creó el Estado islámico en Asia y África. 

Además, Obama se empeñó, supongo que por llevarle la contraria a Putin, en que Bashar Al-Asad era el enemigo a batir. 

Y ahora cuando la guerra parecerá, si no desaparecida sí estancada, resulta que los medios de comunicación occidentales, vuelve a hablar de los "rebeldes", cuando lo cierto es que no son más que los islamistas de el ISIS y de Al Qaeda, a los que, atención, apoya el turco Recep T. Erdogan, miembro de la OTAN, el amigo de Europa, el hombre que quiere entrar en la Unión, apoyado por estadistas amigos, como un tal Pedro Sánchez.

En Siria, además, el que erró fue Occidente y el que acertó fue, precisamente, Vladimir Putin, gracias al cual el Régimen de Damasco no cayó.

Así, se pergeñó el escenario más insólito y más estúpido: el Occidente cristiano, obsesionado con tumbar a Bashar Al-Asad, y demostrando que no había aprendido nada de la Guerra de Irak, defendió al fanatismo islámico frene a Al Asad, que no es canonizable pero que dirige un país donde los cristianos podían vivir en paz y practicar sus credo con libertad.

Al final, todo terminó, pero Putin siguió siendo el malo y Erdogan el bueno, gracias a ese ojo de lince llamado Barack Obama y a bobalicones seguidores europeos. 

Parecía que la Guerra de Siria había terminado en tablas y ahora resulta que los fanáticos islámicos, apoyados por el fundamentalista islámico Erdogan, vuelven a atacar la histórica ciudad de Alepo para derrocar a Bashar Al Asad. Hay que ser idiotas.