Vladimir Putin ya ha archicomprobado que Occidente está muerto: nadie en el antes llamado mundo libre está dispuesto a defender su tierra ni sus principios cristianos, ni cualquier de las valores que le llevaron a ser la guía del mundo. Nadie, en definitiva, está dispuesto a arriesgar su vida por nada. Por tanto, aplica la teoría del salami: primero tomó Crimea y nadie se movió en Occidente. Ahora proclama la independencia de dos regiones ucranianas, Donetsk y Luganks, y Washignton, regido por un hombre senil, y Bruselas, por unos eurócratas aburguesados, aseguran que están muy unidos y que responderán consanciones eocnómicas.
Oiga, ¿y no sería más eficaz plantar en Ucrania tantos hombres como Putin ha dispuesto al otro lado de la frontera: norteamericanos pero sobre todos alemanes, polacos, españoles, italianos, Británicos, franceses, etc?
La actuación de Occidente es ridícula y patética. Pero lo peor es que Putin lo sabe y continúa con el salami: rodaja a roja acabará por llegar a Bruselas. O como el ejercito rojo de León Trotsky en 2020, cuyo objetivo era Gibraltar y fue vencido por los polacos en Varsovia.
¡Despierta, Occidente, sé tú mismo, recupera tus valores!