La Epifanía, o festividad de los Reyes Magos de Oriente, es fiesta más antigua que la Navidad. En concreto, el culto a Melchor, Gaspar y Baltasar se supone que lo instauró Tertuliano, en el siglo III.
Desde un comienzo se les consideró Magos, expresión que en la antigüedad pudiera hacer relación a los poderosos sacerdotes de la religión mazdeica, tal y como se oficiaba en la antigua Persia. Herodoto escribió sobre ellos y, en cualquier caso, lo que está claro es que la existencia de los Magos y su viaje a Belén está respaldado por el libro más documentado de cuantos han existido: el Evangelio.
Por lo demás, la simbología de los Magos no puede estar más clara: aunque cierto enloquecido inmigrante -como enloquecido no podía acabar en otro sitio que en Podemos- considere que la figura de Baltasar es racista precisamente los Magos, que ni eran reyes, ni eran tres, ni se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, fueron desarrollados por la tradición a partir de un datos ciertos, para dar a entender el misterio de la redención. Por eso, en los tres reyes están representados las razas de la antigüedad: blancos, semitas y negros (perdón afrodescendientes).
Y le trajeron oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como condenado a muerte. Es el Dios que se anonada y en lugar de vengarse con furia divina de las ofensas del hombre se anonada y deja clavar en una cruz como el peor de los criminales.
Ya vienen los Reyes pero no hay peor sordo que el que no quiere oír.