Quienes trataron a Sánchez antes de que se convirtiera en el okupa de La Moncloa saben de una anécdota que por su origen y su composición tiene todos los visos de ser cierta, acaecida al comienzo de su carrera política. Pedro Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, escuchan en la radio una información sobre los negocios de la familia Gómez, del padre de doña Begoña, dueño de saunas de prostitución gay. Es entonces cuando Sánchez ofrece a su esposa abandonar la política pero su esposa responde que no es él quien debe cambiar de actividad sino su propia familia.

Recuerdo que me la contó un confidente de Pedro Sánchez y como periodista, deduje que había que dejar en paz a la mujer del presidente. Primero, porque cumplió su palabra; segundo, por que no es el presidente.

Cierto que doña Begoña, desde el momento mismo en el que llegó a La Moncloa, se ha apresurado a explotar su condición de segunda dama y cierto que ha recibido unas gabelas de su esposo que avergüenzan un pelín, pero no se trata de ensañarse con el cónyuge salvo cuando ese cónyuge, llevado por la vanidad, se convierte en algo más que la esposa del presidente.

De la misma forma, que no se puede lanzar a los vándalos podemitas -¿alguna vez han sido otra cosa?- contra el domicilio de Isabel Díaz Ayuso, al grito de asesina. Es decir, lo del presunto fraude fiscal del convivente con la presidenta madrileña sonaba a poco y ahora hay que elevar el tono y acusarla a ella de asesina de ancianitos en las residencias madrileñas durante el coronavirus... y le insultan en nombre de un Gobierno que, llevado por sus prejuicios progres, consiguió que España fuera el país europeo con más muertes por habitante durante la pandemia, y el segundo del mundo en el mismo ranking -de países comparables, se entiende- en 2020.   

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¿Asesina? Hombre alguien debería decir basta. Fue el editor británico Ernest Benn quien pronunció una de las más atinadas descripciones de la cosa pública: "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos en todas partes, diagnosticarlos de manera equivocada y aplicarles remedios inadecuados".

Un buen resumen de la situación política española. El primero, para la clase política española; el segundo, para el conjunto de los españoles.

Los insultos de la sesión de control parlamentario del pasado miércoles reflejan dos cosas: el encanallamiento del Sanchismo. Así que es el momento de decir ¡Basta! Porque lo cierto es que España vive en estado revolucionario o prebélico, que viene a ser lo mismo. Nos empuja a ello nuestra inmoralidad, nos salva nuestra indolencia. Y los periodistas, llevados por la vanidad, también estamos disparando la tensión. No es el momento de ganar, es el momento de calmar. Digan lo mismo pero sin levantar la voz. Porque esto ha dejado de ser un patio político para convertirse en un patio de verduleras, cuando no en un Patio de Monipodio.

¿Vamos camino de la revolución, la guerra civil o el enfrentamiento civil? Por supuesto, ¿O cómo creen que empezó la II República, la que nos llevó a la fratricida Guerra civil de 1936?

Y la indolencia que nos salva de la violencia directa no puede durar siempre.