Me lo cuenta un antiguo compañero de Rosa de Lima Manzano Gete en la Universidad de Deusto: una chica muy normal, socialista pero moderada, nada que ver con el icono feminista que pintó Pedro Sánchez, al inaugurar la llegada a Burgos del AVE.
Vamos, que si la que fuera directora general de Tráfico con Felipe González y que muriera en un accidente de helicóptero en 1988, en la sierra de la Cabrera, levantara la cabeza y viera cómo Sánchez la utiliza como icono feminista, en la estación de tren de Burgos que lleva su nombre, se sentiría un poco molesta y un mucho manipulada.
Sánchez se vuelve cada día más cristonófobo. Es lo único que le une al nuevo socialismo y a Podemos
Manzano no era ninguna feminista radical, al estilo de las socialistas y podemitas de hoy, pero a Pedro Sánchez, que a día de hoy sólo peina en resistir, no le viene mal el apoyo, ni de vivos ni de muertos. Estos últimos resultan muy útiles: no impugnan su utilización espuria.
Sectario no es aquel que no cede en sus principios sino aquel que no busca la parte de verdad que pueda anidar en el adversario. De la misma forma, sentirse en posesión de la verdad no es fanatismo, es sentido común. Si concluyes algo es porque crees que es verdad. O sea: que don Pedro es un sectario de tomo y lomo... a fuer de progresista.
Europa atraviesa un curioso proceso de deglución de líderes políticos. En Reino Unido, cayó Boris Johnson, en Italia Mario Draghi... pero en Madrid Sánchez resiste, porque la resiliencia es lo suyo, sobre todo en el sillón de Moncloa.
La excepción que confirma la regla: Marisu Montero es una grandísima embustera, pero no es sectaria. Su puesto no está en la Secretaría general del PSOE
Y lo peor es que, en el entretanto, el Sanchismo camina desde el sectarismo hacia el guerracivilismo: el nuevo fiscal general del Estado, Álvaro García, ya no piensa en perseguir a los jefes de ETA, es decir, pretende un perdón para los que no se arrepienten de nada. Y advertimos en Hispanidad que don Álvaro es aún más sectario que Lola la Loca.
Por la misma razón de aferramiento al sillón, Sánchez se vuelve cada día más cristonófobo. Lógico: es lo único que le une al nuevo socialismo y a Podemos, a cuya alianza ha fiado su permanencia en el cargo en un país como España, que se ha vuelto progre y, aún así, no aguanta la egolatría de Sánchez ni su obsesion por molestar a cada día al ciudadano con un nuevo discurso. A veces, uno por la mañana y otro por la tarde.
La excepción que confirma la regla es Marisu Montero. La ministra de Hacienda es una grandísima embustera, encantadora de serpientes, trilera de la calle Sierpes... pero no es sectaria. O al menos no lo es tanto como las tres vicepresidentas de Sánchez: el sectarismo antipático de doña Nadia Calviño, el sectarismo cursi de doña Yolanda Díaz y el sectarismo verde-talibán de Teresa Ribera.
Marisu no concuerda ni con el sectarismo antipático de doña Nadia Calviño, ni con el sectarismo cursi de doña Yolanda Díaz ni con el sectarismo verde-talibán de Teresa Ribera
El puesto de María Jesús Montero no es el de secretario general del PSOE. Primero porque no cree en él. y Segundo porque su papel no es látigo fustigador de compañeros sino del conjunto de los contribuyentes. Para nuestra desgracia, este segundo papel lo borda.
Pero Sánchez es el única que puede detener la segunda de las dos sangrías que sufre el Sanchismo: la propia, la de su propio partido. La otra sangría es la de las encuestas.
Cayó Johnson, cayó Draghi... pero Sánchez se aferra al sillón. A éste hay que echarle de Moncloa en parihuelas.