Decíamos ayer... que el discurso de Su Majestad el Rey de España, Felipe VI, resulta, como las fincas en Extremadura, manifiestamente mejorable. Ahora bien, lo que no me esperaba es la reacción de la clase política hacia el jefe del Estado, Sumar y Podemos, la primera en el Gobierno de la nación, coaligada con el PSOE, peleando por ver quién dice la burrada más gorda, con ese aire contracultural que adoptan los de Yoli y los de Ione, ubicado kilómetros adentro de la frontera del ridículo. 

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Una de ellas, no recuerdo si la sumarita o la podemita, lo mismo da, aseguró que el Rey es el jefe de Vox, lo cual no esta nada mal. Los nacionalistas catalanes de derechas, una tal Turrull, exigen que pida perdón por su discurso del 3 de octubre de 2017, en el que el monarca se atrevió a decir basta tras el numerito del referéndum indepe del 1-O. 

ERC fue a más, y aseguró que el Rey se había alegrado de que golpearan a la gente que había ido a votar en la consulta ilegal. Por supuesto, si Felipe VI pidiera perdón por ese discurso, que no debe hacerlo, no serviría para nada. Junts y ERC seguirán diciendo las mismas pavadas.

El PNV, quizás el más representativo, despreció al Monarca, de quien dice que ha sublimado la Constitución... el mismo texto según el cual los peneuvistas han logrado un autogobierno del que cobran sus sueldos, sin aportar sino migajas al patrimonio común.   

La reacción del PSOE y del PP era de esperar: las palabras del monarca, en una interpretación superficial, resultaba inequívoca: socialistas, populares, entendeos para que esto no se vaya a la porra. 

Pues bien, el PSOE interpreta que el mensaje del Rey iba dirigido a los de Feijóo, no a ellos y los del PP interpretan justo lo contrario. Es decir, que el real mensaje no ha servido para nada. 

Vivimos en España una doble separación creciente. Por un lado la de la ciudadanía con la clase política. Por otro, la de la clase política con la jefatura del Estado. Lo segundo es menos importante que lo primero, ciertamente, pero también tiene su enjundia. Y de todo esto hay que concluir una muy sencilla sentencia: un Rey que pretende contentar, no ya a todos, sino simplemente a la mayoría, no es un líder, es solo un superviviente. Y el único problema de los supervivientes es que nunca sobreviven.