Estamos en agosto, así que vale todo, Ione Belarra arremete contra Juan Carlos I desde sus ojos vacíos mientras otro majadero podemita asegura, en un ejercicio de justicia revolucionaria, que “nada nos dice que Felipe VI no esté cometiendo, o haya cometido, o vaya a cometer”, los mismos desafueros de Juan Carlos I. Mejor colgarle sin juicio en el patio de la Armería, mismamente donde el rey de España ha oficiado dos ceremonias masónicas.
Pedro Sánchez siente la tentación habitual en los inquilinos de Moncloa de izquierdas: pasar de presidente del Gobierno a Jefe del Estado
En el entretanto, los monárquicos comentan que su Majestad Felipe VI no ha caído en la cuenta de que su enemigo no es Podemos, sino Pedro Sánchez. Más que nada porque todo presidente del Gobierno, cuando lleva ya media legislatura en Moncloa -Sánchez lleva ya tres años- siente la irreprimible sensación, sobre todo si es de izquierdas, de pasar de presidente del Gobierno a jefe del Estado… o al menos comportarse como tal.
Tras despachar con el monarca en Marivent, el señor presidente tuvo la desfachatez de apoyar a Felipe VI y condenar a Juan Carlos I: no respondió sobre si debe volver a España ni reprochó a la insultona Belarra su actitud.
Sólo Margarita Robles mantiene a raya el espíritu suicida del Sanchismo y recuerda la presunción de inocencia de un Rey que no ha sido imputado por nada
La situación es esta: una de dos, o Juan Carlos I vuelve del exilio o se exilia Felipe VI.
Entre otras cosas, porque el proyecto podemita no va más. Para Podemos, la única manera de mantenerse en el poder es la III República. Para Pedro Sánchez, al borde del precipicio, una III República, con él como presidente, sería su única salida a su desastrosa -históricamente desastrosa- gestión en Moncloa.
España vive pendiente de la venganza de una cortesana. Bueno, y de Villarejo
En el Gabinete, sólo Margarita Robles mantiene a raya el espíritu suicida del Sanchismo y recuerda la presunción de inocencia de un Rey que no ha sido imputado por nada.
Por no hablar de que España vive pendiente de la venganza de una cortesana, su Alteza Serenísima, Corinna la ‘cantarina’. Bueno, y de Villarejo.