En el céntrico barrio madrileño de Lavapiés siete policías han resultado heridos, dos de ellos hospitalizados, al intentar detener a un vendedor de droga camerunés. Lo más llamativo es que nuestro delincuente, al ser detenido, clamó al pueblo a defenderle de los pérfidos policías, sabedor de que su llamamiento encontraría cómplices: en efecto, de inmediato, una treintena de miembros del 'pueblo' rodearon a la policía en defensa del narcotraficante y la emprendieron a insultos y golpes contra ellos. Es el ambiente que reina en el barrio más popular de Madrid, la barriada simpática de los antiguos Manolos y Chulapas, hoy sede de la inmigración mas encanallada y violenta, dede luego poco integrada, una ciudad abierta... a la delincuencia.

El ambiente de Lavapiés, es el mismo ambiente de los suburbios, o centros urbanos, parisinos, londinenses o bruselenses, el ambiente que empieza a cundir en toda Europa, es el de una insurrección urbana, una indisciplina generalizada donde reina la ley de la selva

Días atrás, la ex ministra podemita Ione Belarra acusaba de brutalidad policial y racista -mismamente- a dos policías que intentaban detener, en Lavapiés, a dos negros (ahora no se puede llamar hombres de color: 'negros' ha vuelto a ser el término aconsejable), dos sinvergüenzas que antes habían insultado y amenazado a una cajera de supermercado donde pretendían pagar con una tarjeta falsa.

Lavapiés, espejo de la España del filántropo Sánchez, donde acaban todos los inmigrantes ilegales que el ministro Grande-Marlaska suelta en las calles. La humanitaria labor de la progresía española con los inmigrantes que llegan en patera se reduce a trasladarles a Madrid y soltarlos en las calles.

Sí soltarlos, porque nadie aguanta en los centros de internamiento, convertidos en  polvorines en los que, un día sí y otro también tienen que intervenir los antidisturbios, mientras los partidos que sustentan al Gobierno Sánchez, o sea sus jefes de los antidisturbios, les afean su antidemocrática conducta de protegerse de quienes les agreden.

Al mismo tiempo, los índices de delincuencia y, atención, de agresiones a mujeres, con particular tendencia de la población migrante hacia la violencia sexual, se disparan. Y es que para muchos inmigrantes africanos, sobre todo para los musulmanes, la mujer no es más que un objeto y la mujer española poco menos que una prostituta: ¿No ven cómo visten?

Para muchos inmigrantes africanos, sobre todo para los musulmanes, la mujer no es más que un objeto y la mujer española poco menos que una prostituta: ¿No ven cómo visten? Y lo más vomitivo es que nuestras feministas lo aceptan, porque para las feministas españoles el malo sólo puede ser el varón blanco y heterosexual

Y lo más vomitivo es que nuestras feministas aplauden, porque para las feministas el malo sólo puede ser el varón blanco y heterosexual. Una actitud estúpida que acaban pagando todas las mujeres, feministas o no.

En estas, con el apoyo de la jerarquía eclesiástica, una serie de organizaciones sociales presentan una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para regularizar, legalizar, dar papeles, a 500.000 inmigrantes. Aquí, esas organizaciones, y la propia jerarquía eclesiástica, se comporta como el ministro Marlaska o como los diputados que ayer aprobaron el análisis de una norma para legalizar a 500.000 ilegales: yo reparto papeles y luego que sea la sociedad la que se encargue de integrarles. Y si no se integran... pues peor para la sociedad que les sufre.

El ambiente de Lavapiés, el mismo ambiente de los suburbios parisinos, londineses o bruselenses, el ambiente que empieza a cundir en toda Europa, es el de una insurrección urbana, una indisciplina generalizada donde reina la ley de la selva.

¿Nos hemos vuelto idiotas los españoles? No exactamente, yo creo que sólo nos hemos convertido en borregos acomplejados por lo políticamente correcto, capaces de mostrarnos solidarios (sólo de palabra, claro) con todo el mundo, salvo con nuestro vecino de puerta.

¿Nos hemos vuelto idiotas los españoles? No exactamente, creo que sólo nos hemos convertido en borregos acomplejados por lo políticamente correcto, capaces de mostrarnos solidarios (sólo de palabra, claro está) con todos... salvo con nuestro vecino de puerta

Y mientras esto sucede, todo el parlamento aplaudió, también el PP, un martes 9 de abril la precitada ILP. Sólo Vox se opuso. Pues con todo respeto, Vox y no el PP, ni la izquierda, ni los señores obispos, tienen razón. ¿Hay que recibir al inmigrante? Sí y con los brazos abiertos. Y hay que ayudarle a integrarse pero, ojo, obligándole, a la fuerza, si es necesario, a respetar al país que le acoge, a España. Y si no lo hace, disponer del mecanismo para expulsar al violento o la delincuente. Claro que el respeto del foráneo sólo se consigue si antes uno se respeta a sí mismo.

Regularizar a medio millón de personas, sin echar el resto en su integración y sin recordarles que su derecho a una vida mejor también comporta deberes, es arriesgarnos a que en la calle reine la ley del más fuerte, es decir, la ley de la selva. ¿Acaso no tenemos todos la sensación de que ese momento ya ha llegado? En Lavapiés, desde luego, pocos lo dudan. El riesgo es el de una sociedad en guerra civil... callejera.