Semana intensa ésta de finales de julio. El lunes se formaba el Tripartito catalán, es decir, el Frente Popular. Otra vez, como en 1936, integrado por socialistas, comunistas y separatistas: PSOE, Podem y ERC, tres ideologías con un pasado repugnantemente homicida en España.

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El martes, un juez valiente, Juan Carlos Peinado, se atreve a llamar a declarar al presidente del Gobierno y este, en lugar de dar ejemplo de que todos somos iguales ante la ley -Rajoy lo hizo- le mete una querella por prevaricación.

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Es decir, Pedro Sánchez y su esposa Begoña Gómez, no es sólo que sean inocentes es que son inimputables. Y quien se atreva a decir lo contrario esto es, a quien se atreva a presumir que todos somos iguales ante la ley, que se atenga a las consecuencias: querella criminal por lo más grave que se puede empitonar a un juez: por prevaricación.

Ciertamente, se diría que España se sitúa ante el abismo. Pedro Sánchez no va a dimitir y Alberto Núñez Feijóo es un relevo inane, porque carece de principios. Feijóo es un funcionario, no un ególatra como Sánchez, pero tampoco es un hombre de convicciones sino de ordenanzas. No es un miserable, como Sánchez pero sí un posibilista. Y, desde luego, no es un líder cristiano, que es lo que España necesita. Sánchez es un ególatra y un sociópata; Feijóo es un tibio.

Semana intensa: el presidente vende el cupo catalán como igualdad entre los españoles mientras destruye la separación de poderes con su querella al juez Peinado. Y mientras, Zapatero desaparece como opción de relevo, tras su ridículo en Venezuela. ZP es un expresidente del Gobierno español que asesora y cobra de un repugnante tirano comunista como Nicolás Maduro.

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Ahora bien, el problema de España no radica ni en Zarzuela ni Moncloa, sino el amodorramiento de la clase dirigente española y, sobre todo, en un pueblo que, a pesar de lo vivido, continúa votando a Sánchez... o a Feijóo. Recuerden que, tras un lustro en Presidencia del Gobierno, el 23 de julio de 2023, 7,8 millones de españoles votaron a Sánchez. Se hace realidad en España aquello de que cada pueblo tiene el Gobierno que se merece.

Tampoco miren hacia el Palacio de la Zarzuela. Sí, es verdad que Felipe VI intenta despegarse de Sánchez -curiosa la frialdad con la que le recibió en Mallorca, en la tarde del martes 30-, pero eso, ¿para qué sirve ahora? Con su cobardía ante el Sanchismo a lo largo de un lustro, el Rey de España se ha convertido en una mera figura decorativa.

Todo lo anterior permite a Moncloa vivir en el cinismo, por ejemplo, en el mostrado en la rueda de prensa -de pie los periodistas, para que no pudieran tomar notas a gusto- tras la audiencia regia: no puedo responder a su pregunta sobre Begoña Gómez después de hablar con el Rey: ¡como si la audiencia real le importara algo!

En la noche del martes, en los mentideros madrileños, se especulaba con la audiencia del Rey a Sánchez, inesperadamente larga. Seguro que el monarca le ha parado los pies... como si a Sánchez, a estas alturas y tras tantas claudicaciones de la Corona, las riñas regias le importaran algo... Como diría un castizo, ¡se la suda!