Ocurrió en tiempos de Felipe González en Moncloa. Un alto cargo de prensa de Presidencia descuelga el teléfono y escucha una conversión suya anterior. Se va a quejar al responsable de seguridad quien, con aspecto cansino, le responde con una grabación larga de todas sus conversaciones anteriores. Oiga, y en ese momento no había internet.

Gabriel Rufián, como su mismo nombre indica, salió ayer de la Comisión de secretos oficiales donde comparecía Paz Esteban, la jefa de los espías del CNI, visiblemente contrariado. Era el mismo líder, sincero, siempre sincero, que había manifestado que el escándalo del espionaje no sólo pone en peligro la legislatura sino a la "democracia" española, toda entera. No está mal dado que Rufián, como su mismo nombra indica, se cansa de repetir que en España no existe democracia.

Los rasgados de vestiduras y filacterias en la clase política española han llegado a los más alto, especialmente entre la izquierda.

Miren ustedes, esto es la España inmoral. Tras la hipocresía de la corrupción, llega la hipocresía del espionaje a don Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

En el entretanto, la economía española se despeña, mientras el Gobierno asegura, sin despeinarse, que todo va bien y son pocos, muy pocos, los que contradicen la gran mentira sobre la mejora de la economía que sueltan Nadia Calviño, Yolanda Díaz y Teresa Ribera.

Volvamos al espionaje. Hablo de una España inmoral porque, ¿a alguien le importa de verdad el espionaje telefónico en un mundo donde no existen los sobres sino las postales? Y ya puestos: ¿a alguien le importa la corrupción salvo para lanzarla contra la cabeza del adversario?

Admito al político cínico y al político golfo. Forman parte del paisaje, incluso pueden resultar divertidos. Pero a los políticos hipócritas, lamentándose como plañideras por la democracia herida -ojos de paloma herida, diría el poeta-, adorando a la diosa de la estabilidad política -traducido: estabilidad del político en su cargo, bien remunerado- es algo que me revuelve la conciencia y el estómago.

Y no, la democracia no está en peligro por el espionaje a Pedro Sánchez, a Margarita Robles o a Pera Aragonés. Está en peligro por la inmoralidad hipócrita de una clase política sectaria que, encima... da lecciones de moral.