Una de las Leyes de Parkinson, libro que convendría resucitar del olvido dice así: “La eficacia de un ministerio público es inversamente proporcional al número de funcionarios que trabajan en él”. El autor era un tipo concienzudo y lejos de conformarse con la teoría, ejemplarizaba: cuando Inglaterra lideraba el mayor imperio del mundo, el Ministerio de las Colonias inglés ocupaba un segundo piso en un edificio del centro de Londres. Cuando el Imperio británico se había reducido a las Malvinas, Hong Kong, Gibraltar el Ministerio de las Colonias británico ocupaba un gigantesco complejo de edificios, con miles de burócratas encargados de gestionar... no se sabía qué.
La Cultura es importantísima. Tan importante, que no necesita ministerio alguno, que para lo único que sirve es para promocionar, con el dinero de todos, a los suyos y para censurar al discrepante.
La gobernanza de España no es tan importante como la cultura pero también tiene su enjundia. Por eso, cuanto más pequeño sea el Gobierno, menos las instituciones y contados los funcionarios, mejor se gobernará el país y menos dinero tendrán que pagar las familias para alimentar tamaño desafuero.
Por cierto, otra de las Leyes de Parkinson es aquella que concluía que “la eficacia de un gobierno es inversamente proporcional al espacio que, en la mesa del Consejo de Ministros, existe entre los codos de cada uno de los miembros del Gabinete”. Ya saben: si andan estrechos, se ponen de mal café y la producción legislativa resulta, como las fincas en Extremadura, manifiestamente mejorables.
No sé por qué, pero me he acordado de ello al contemplar a los 22 ministros de Pedro Sánchez, sentados en una mesa larguísima del Gabinete pero no lo suficientemente como para albergar tanta materia gris. No me extraña que Yolandísima tuviera que no vetar a Irene Montero.
Leo en un diario madrileño un aplauso al señor Feijóo porque, entre los ministerios que, según él, desea cerrar no está el de Cultura: pues ¡qué pena! Pierde una oportunidad única.
Si algo necesita España es reducir burocracia, instituciones funcionarios y políticos. Si el sector público se reduce, se producirían dos consecuencias formidables:
- No podrá hacer tanto daño.
- La sociedad española sería mucho más eficaz, productiva, competitiva y, probablemente, más feliz, porque tendría menos normas que cumplir.