Jens Stoltenberg y Pedro Sánchez, dos ególatras encantados de haberse conocido, han paseado por Quintos de Mora, con cargo al erario público español en un fin desde semana donde los servicios de propaganda de Moncloa les han fotografiado como 'dos estadistas trabajando en domingo'.

Stoltenberg es el ejemplo de noruego versártil e intercambiable pero, sobre todo, es el modelo de líder europeo de la etapa post-Muro de Berlín. Ojo al dato: primer ministro de Noruega cuando, en 2011, el miserable de Anders Breivik ultra neonazi (este sí) asesinó a 77 personas. Como buen socialista es adicto a la demagogia: se disfrazó de taxista para, según él, saber qué pensaba el pueblo tras los atentados, aunque él tenía muy claro qué es lo que tenía que hacer, antes de preguntarle al pueblo.

Vacío de ideas y de referencias, el comunismo en Europa ya no es lucha de clases sino ideología de género

En efecto, su acenso tras los atentados fue vertiginoso. Representante de un país que ni tan siquiera estaba en la Unión Europea para no tener que compartir los ingresos del petróleo del Mar del Norte, Stoltenberg tenía que medrar internacionalmente a través de la organización militar OTAN. Y vaya si lo ha hecho.

Contradicciones: Stoltenberg es socialista (miembro del partido Laborista noruego) pero partidario de la privatización de las empresas estatales noruegas. Su desvelo por la ecología es compatible con dirigir el país que se ha forrado con el petróleo del Mar del Norte, un producto del todo verde. Su pacifismo socialista le ha convertido en secretario general de la OTAN, donde se ha declarado partidario del rearme de Europa y de la utilización de las armas nucleares como disuasión tras la caída de la URSS.

En lugar de tratar de ganarse a Rusia -que es occidente, no oriente-, se ha enfrentado al Kremlin y ha dado pábulo a Putin para invadir Ucrania.

Vamos, que el invitado del anfitrión Sánchez es todo un progresista. Por ello, naturalmente, se entiende a las mil maravillas con Pedro Sánchez y ha venido a España para conmemorar nuestra adhesión a la OTAN, ingreso firmado por un tal Leopoldo Calvo Sotelo, un apellido que enlaza con el católico jefe de la oposición al que asesinaron los escoltas del socialistas Indalecio Prieto en julio de 1936. ¿No es maravilloso?

Putin aún no ha perdido la guerra, aunque se haya topado con el espíritu de supervivencia ucraniano. Ahora, la degeneración no está en Moscú sino en Washington

A ver, se conmemora en 2022 el cuadragésimo aniversario de la adhesión de España a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que, por cierto, no defienden Ceuta y Melilla del nuevo aliado de la OTAN, un tal Marruecos. Una organización que ahora mismo vive pendiente de las palabras de Joe Biden, aquello de no enviar un sólo soldado norteamericano a Ucrania para no iniciar la III guerra mundial. Y esto es bello e instructivo dado que Ucrania no forma parte de la OTAN. Ahora bien, Polonia sí. Si el ejército ruso entra en Polonia, el país que más está ayudando a Ucrania, ¿Washington decidirá enviar tropas a defender Polonia o se conformará como, en el caso ucraniano, con mostrar su solidaridad y enviar armas, a mayor gloria del 'bazar de las armas', que no de la civilización cristiano-occidental?

Pues bien, Stoltenberg y Sánchez son dos peones de Washington y de la degeneración europea.

¿La solución a esa degeneración de Occidente? Pues volver a los orígenes, que Europa vuelva a ser ella misma, es decir, que se re-cristianice. ¿Y Estados Unidos? También.

En cualquier caso, recapitulemos lo que va a ocurrir en esta semana y en este mes de junio que comienza, en el que Pedro Sánchez va a lanzar su mayor campaña de propaganda desde que llegó a la Moncloa, con la Cumbre de la OTAN a celebrar en Madrid: hace 40 años España entró en la OTAN para enfrentarse al comunismo soviético. Hoy, los comunistas de Podemos lideran el gobierno de España y marcan la línea ideológica al PSOE. Y reparen en que, según las encuestas, Podemos está en franca decadencia electoral. Una vez más, la revolución comunista se hace desde arriba, desde el poder y, por tanto, sin riesgos.

Europa ha pasado del leninismo al progresismo: abajo los curas y arriba las faldas. Al menos, cuando la URSS, el enemigo estaba claro. En 2022 no sabemos quiénes son los nuestros

Y a todo esto, ¿qué aportó el PSOE a esta historia de la OTAN? Pues aportó el 'OTAN, de entrada, no', de Felipe González, después de rasgarse las vestiduras ante el militarismo de la UCD y de Calvo Sotelo. Cierto, pero Pedro Sánchez se mueve bien en la contradicción permanente. Es capaz de casar dos opuestos, sin que se note.

En el entretanto, a nivel global y ya vacío de ideas y de referencias, el comunismo ya no es lucha de clases sino ideología de género. No es coña, observen cómo lo expresa, esa gran politóloga que es Adriana Lastra: "Luchamos contra la ultraderecha que niega la violencia machista". Do you understand?

Todo ello con el calendario detenido en la actual y más que cruel Guerra de Ucrania, en la que Vladimir Putin aún no ha perdido, aunque es verdad que se ha topado con el espíritu de supervivencia ucraniano... que proviene del comunismo, no del cristianismo. Y es que, en 2022, la degeneración no está en Moscú sino en Washington. En Moscú sólo ha heredado el salvajismo de la era soviética pero saben que, como dijo Putin, "un hombre es un hombre y una mujer es una mujer", una obviedad que, miren si habremos degenerado, escandaliza a los sanchistas.

La explicación es clara: Europa ha pasado del leninismo al progresismo, que en Hispanidad hemos definido así: abajo los curas y arriba las faldas.

Al menos, cuando la URSS, Europa tenía claro quién era su enemigo. Ahora, no sabemos quiénes son los nuestros.