"A un hombre que se alaba a sí mismo se le puede decir cualquier cosa, pero un hombre que se acusa a sí mismo es invulnerable". La frase es de Chesterton y viene al pelo para resumir estos tiempos de Sanchismo. Lo que dice Chesterton es que un hombre arrepentido es un hombre fuerte, invulnerable, en primer lugar, porque anda en verdad, dado que todos, gobernantes y gobernados, somos unos capullos de mucho cuidado. Los mejores, los santos, un poco menos capullos, pero ahí le anda.
Y así: ¿han oído ustedes hablar a los miembros del actual gobierno de España, empezando por su presidente, Pedro Sánchez? Su autoalabanza apesta. Gobiernan de miedo y su trayectoria política constituye un listado de éxitos. Y todo ello lo expresan con constantes referencias a su profunda humildad, lo que recuerda el viejo dicharacho del frailecillo orgulloso: "Treinta años intentando ser humilde y al fin lo he conseguido".
Si en lugar de hacer continuas referencias a su profunda humildad reconocieran un sólo mérito, por pequeño que fuera, en el adversario, seguro que salían ganando ante su propia parroquia, real o potencial.
Estoy convencido de que si surgiera un político con capacidad autocrítica, triunfaría de pleno. Si los ministros Calviño, Díaz, Ribera, Bolaños, Rodríguez, Alegría... fueran conscientes de cómo hacen rechinar los dientes al español medio -salvo a los periodistas españoles, que aceptamos su engreimiento porque nos hemos vuelto muy dóciles y muy tontos- no se auto-reconocerían como todo bien sin mezcla de mal alguno, justo lo contrario que opinan de sus adversarios. Comprenderían que el receptor más lerdo no puede creer que sean perfectos y que el adversario sea una desidia total.
El problema de los políticos españoles es que son incapaces de arrepentirse de nada. Eso sería trasfuguismo... y pérdida de su estipendio. Y claro, sin arrepentimiento no hay cambio y sin cambio no hay mejora
Pero cuidado con el término autocrítica. Las hay de dos tipos: buena y mala. La autocrítica buena es la del arrepentido. El hombre que realmente sabe que peca siete veces o alguna más y lo reconoce... no para acudir al psicólogo por depresión sino para intentar enmendarse el día siguiente. Y el asunto no es tan difícil: de entrada, basta con acogerse al sentido del humor, que es sentido de las proporciones, y olvidarse por unas horas del autobombo -¡qué bien lo hacemos!, ¡qué mal lo hacen!- que, cuando menos, resulta un tanto cargante.
Y así, en España, contamos con una izquierda y una derecha. Los políticos de izquierdas resultan insufribles porque se sienten sacerdotes del credo progre: ellos son los rectos, los intachables, el resto, unos inmorales y corruptos de mucho cuidado. Vamos, que la moral es de izquierdas.
Por su parte, los políticos de derechas son igualmente soberbios porque, tras sus complejos eternos, no hay humildad sino el orgullo del 'autocrítico', es decir, del personaje que hace una de estas dos cosas... o ambas a la vez:
1.Se echa cieno encima porque lo único que teme es que venga un tercero a recordarle sus defectos: ¡Eso nunca!
2.El político de derechas no está pendiente del ser, sino del aparentar con un miedo feroz a que le tilden de anticuado. Ejemplo, el aborto: hombre, piensa el diputado pepero, tanto como derecho no es pero tampoco podemos oponernos a todo tipo de aborto. Esto es, que un hombre de nuestro tiempo no puede oponerse a todo tipo de homicidio. ¿Puede haber postura más idiota?
Izquierda arrogante y derecha acomplejada: dos caras de la misma moneda espiritual conocida como orgullo.
Y todo esto tiene que ver con la ausencia de arrepentimiento real: tanto en la izquierda como en la derecha. Sencillamente, porque sin arrepentimiento no hay cambio y sin cambio no hay mejora.
Los políticos españoles son invulnerables debido a su soberbia por lo que resultan insoportables en sus formas. Constituyen el reflejo mismo de aquella profética frase de Pablo VI: "El pecado del siglo XX es la pérdida del sentido del pecado"
De ahí que los políticos españoles, los unos y los otros, resulten tan 'vulnerables' y se vean obligados a mantenerse en el poder con mentiras y a codazos. No son invulnerables debido a su soberbia por lo que resultan insoportables en sus formas. Yo, al menos, no les aguanto. Constituyen el reflejo mismo de aquella profética frase de Pablo VI: "El pecado el siglo XX es la pérdida del sentido del pecado".