Decía Chesterton que la peor forma de patriotismo es el patriotismo solemne: “‘Dos franceses delgaduchos, un portugués y un alegre inglés que les dio una paliza a los tres’. No hay nada malo en un chascarrillo así, mejor aún, es bueno. Es evidente que no es más que el alarde de un tipo fanfarrón y bromista, que se ríe de sí mismo. Pero la salud nacional se pierde si se convierte en esto: ‘Dos franceses inteligentes, aunque políticamente inconstantes, un portugués muy digno pero irremediablemente latinizado y decadente, un inglés triste, severo y responsable, con sentido cívico imperial, semejante a una Margarita, les da una paliza a los tres por su propio bien’”.
Seamos patriotas españoles, porque nos han nacido en España, porque hay motivos para serlo, porque el patriotismo es virtud... pero no seamos patriotas solemnes. Riámonos del francés, del portugués, del norteamericano y del inglés, que todas esas risas serán una forma de reírnos de nosotros mismos sin caer en el feo defecto de la gravedad. Recuerden que el Demonio se precipitó a los infiernos por la fuerza de la gravedad, es decir, del orgullo. Nadie es superior a su vecino y menos que nadie los españoles. Además, ¿por qué tendríamos que demostrar nuestra superioridad cuando esta resulta evidente?
Además los de Iberia no tenemos ese problema: “Oyendo hablar a un hombre fácil es acertar donde vio la luz del sol. Si os alaba a Inglaterra es un inglés, si os habla mal de Prusia es un francés y si os habla mal de España, es español”.
Ahora mismo, en plena campaña electoral, tanto la progresía de la derecha, el PP, como la progresía originaria, el PSOE, juegan con el concepto de patriotismo. El PP para que no se lo arrebate Vox, el PSOE para que no le tilden de rojo antiespañol. Y esto porque ambos saben que, ahora mismo, Juanito Español valora más su identidad española que su ideario cristiano.
El patriotismo puede haberse convertido en un juego pero, al menos, por caridad, que no resulte un juego solemne. No estamos para aburrirnos.