La Fiesta Nacional española y de la Hispanidad del pasado 12 de octubre me ha servido para pensar, una función que trato de no practicar en exceso, por la evidencia científica de que conlleva agotamiento psicofísico o por aquello que dijo el gran filósofo Obélix: "Astérix, ¿no temes que se te acaben las ideas?".
Aún así, asumiendo riesgos calculados, la solemne fiesta de la Hispanidad, una de las grandes realizaciones políticas de la historia, me ha hecho llegar a las siguientes conclusiones: el problema de España no son los entusiastas majaderos de Sumar-Podemos, ni es Sánchez, ni es el Rey... sino los 7,8 millones de españoles que votaron a Sánchez el 23 de julio. Todas las barbaridades de este cáncer de país, el señor Sánchez, por su madre Pérez-Castejón, que tras el 28 de mayo parecía vencido, sobre el que ya entonces habíamos nominado al estafermo de Núñez Feijóo como presidente, el mismo hombre que ha llevado al país a su mayor degeneración desde la implantación de la democracia... ¡es refrendado por casi 8 millones de españoles!, apenas 300.000 votos menos que el redicho estafermo de la derecha.
Con todas las barbaridades que ha perpetrado Sánchez desde que llegó a Moncloa, un 1 de junio de 2018, el 23 de julio de 2023 no debería haberle votado nadie. Ergo, el problema de la España actual somos los españoles
Pues mire usted, con todas las bestialidades que Sánchez ha perpetrado, desde que llegó a Moncloa un 1 de junio de 2018, resulta que el 23 de julio de 2023 no debería haberle votado nadie. Ergo, el problema de la España actual somos los españoles. Ni el mismísimo Aristóteles podría quebrar esta inequívoca conclusión.
Así que menos auto-lavados de cerebro con este ególatra y sociópata que hemos colocado en Moncloa, menos cálculos con los votos necesarios para entronizarlo cuatro años más: hemos sido nosotros quienes le hemos votado. Yo no, créanme, pero me considero culpable en el lamentable proceso por el que este profanador puede mantenerse en Moncloa... que no es una grata noticia.