León es, desde ayer, lunes 23, una ciudad tomada por la policía. Cuando se llega a la Estación 'Zapatitos' como se le conoce en la zona, la nueva estación ferroviaria de la capital castellana, no encuentras un taxi libre.Todos han sido abducidos por el Consejo de Ministros europeos de Telecomunicaciones que, bajo presidencia española de la UE, se celebra con Nadia Calviño como maestra de ceremonias, chupando cámara como una loca.
La ciudad está tomada por un despliegue policial que, como decía un cazurro (para los asturianos, el leonés siepre ha sido un cazurro, mezcla de cabezón y baturro) nunca había visto tantos polizontes por metro cuadrado.
Pedro Sánchez, la igual que sus ministros, se han rodeado de guardaespaldas. Simplemente: el presidente teme a la plebe y ha crecido en su interior el pánico al abucheo de la turbamulta, pánico creciente desde el desfile militar del 12 de octubre que, según él, es cosa del Partido Popular porque, a él, la gente, naturalmente, le quiere muchísimo.
Mírenlo así: el presidente en funciones es consciente de que cada día tiene más poder -e impunidad- pero menos popularidad. Por eso se ha bunkerizado y reduce al mínimo su contacto directo con la ciudadanía: siente pánico al abucheo y utiliza cada vez más las cámaras dóciles RTVE, que ahí no hay riesgo alguno de que le llamen traidor.
Es más, su círculo cercano de comunicación y propaganda (sí, en su caso van unidos) se preocupa de que sus comparecencias ante los medios se reduzcan al máximo, a ser posible sin preguntas de los cagatintas, y, si no fuera posible evitar las preguntas, al menos que la formulen los periodistas mansos del 'lobby' monclovita, esos que retuercen las preguntas para aparentar una agresividad inexistente. A los plumíferos críticos se les está expulsando de la primera fila o, si no se puede, simplemente no se les otorga la palabra y en paz.
Pero ojo, esta forma de hacer del presidente se ha contagiado a sus ministros, que han llenado España de consejos informales (si son informales, ¿para qué los convocan?) de ministros europeos de cada ramo, que, además de disparar los gastos, sólo sirven para que cada ministro aparezca con un comisario bruselino, lo que reduce las comparecencias entre los medios a preguntas sobre el devenir europeo, las directivas bruselinas o, aún menos comprometedor, Ucrania o Gaza. Sobre los pagos a los nacionalistas para que mantengan a Sánchez en Moncloa o de las diferencias, libradas a navajazos, no ya con separatistas y proetarras sino con sus propios socios de gobierno, los comunistas de Sumar y Podemos, cuanto menos se hable, mejor. Ya saben, discreción en las negociaciones y trasparencia en las resoluciones. Mejor sería que fuera al revés o, al menos, nunca opacidad, porque la discreción en la negociaciones no es más que un trágala que asegure el hecho consumado.
Ahora mismo, ya se habla de minoría nacional catalana, una concesión que continúa ocultando el paripé iniciado en la noche del 23-J, cuando lo esencial ya quedó acordado: los nacionalistas vascos y catalanes saben que sólo pueden votar a Sánchez -¿quién mejor?- y saben que Sánchez cederá en todo con tal de dormir un día más en Moncloa.
Ahora bien, el ciudadano, cuanto más lejos mejor: todo para el pueblo pero sin el pueblo. Que, encima, huele fatal.
Si no me creen, viajen a León.