Últimamente, cuando hablo con mis amigos catalanes, indepes pero aún dotados de sentido común, les escucho una promesa y una amenaza, todo a un tiempo. La promesa consiste en que, si hay una nueva financiación, la famosa financiación singular, puede iniciarse -solo iniciarse, no se crean- el camino hacia un futuro entendimiento entre Cataluña y España

La amenaza consiste en que un paso atrás, uno solo, en cualquiera  de las conquistas logradas hasta el momento, por ejemplo, la amnistía, supondría la mecha de un nuevo procés. Esta actitud revela que, en efecto, el independentismo catalán morirá por agotamiento, pero entonces, ¿para qué hacer concesiones si ninguna concesión va a servir para nada? 

No, tampoco serviría para nada la convocatoria de un referéndum independentista, porque al día siguiente de la independencia, Cataluña entraría en guerra civil libertaria. En estos momentos, los patriotas catalanes deberían anhelar más que ningún falangista, la unidad de España. Recuerden las inteligentes palabras de Sandro Rosell: en un referéndum por la independencia catalana, yo votaría "sí". Pero si gana el sí, al día siguiente me marcho de Cataluña". Pues eso. 

Insisto: el nacionalismo catalán se ha convertido en una religión, por cierto, de lo más irracional.  

¿Qué es lo que curará a Cataluña de sus actuales fiebres? El agotamiento, primero, y la recristianización, después. El indepe catalán se hizo tal porque había perdido un sentido para su vida -su confianza en Cristo- y necesitaba sustituirlo por algo. Por ejemplo, por la independencia de Cataluña.