Termina la Convención Nacional Demócrata que ha tenido lugar esta semana en la ciudad de Chicago. El encuentro ha supuesto el clímax de la campaña de relanzamiento de imagen de la vicepresidenta Kamala Harris, por quien la progresía mediática ha hecho una de las mayores campañas de lavado de imagen que se recuerda.

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Los demócratas han escenificado la unidad del partido, borrando cualquier atisbo de oposición, por ejemplo, silenciando los altercados de los manifestantes propalestinos, que han acabado con numerosos arrestos. Manifestantes que, si bien han sido cortejados por notables líderes demócratas durante los últimos meses, ahora se han convertido en una piedra en el zapato que los progresistas quieren evitar, al menos hasta pasadas las presidenciales de noviembre. Una actitud que no ha gustado en el sector más izquierdista de la formación. Así, la relevante congresista musulmana demócrata por Michigan, Rashida Tlaib, ha denunciado “la falsa narrativa de alegría y esperanza de la Convención”, retuiteando el siguiente mensaje que denunciaba la hipogresía de su partido indicando así: “Hay muchos delegados demócratas en esta Convención aquí en Chicago que estoy seguro apoyan un embargo de armas a Israel y están en contra de lo que está sucediendo en Gaza, pero no quieren que eso interfiera con la atmósfera del partido pro-Kamala. Es un genocidio incómodo de denunciar”.

La Convención también ha servido para ensalzar a la candidata demócrata Kamala Harris, si bien lo cierto es que algunas de las intervenciones de los líderes más relevantes del partido, parecen indicar lo contrario.

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El presidente Joe Biden, defenestrado por sus propios correligionarios, acudió a la arena de la Convención demócrata cual gladiador debilitado, para ser devorado por los leones. Una despedida agridulce para un hombre que nunca quiso renunciar, llegó a vencer en las primarias de este mismo año, y al que se apartó de forma forzosa. Biden dedicó esencialmente su discurso a ensalzar sus cuatro años de presidencia más que a apoyar de forma contundente a su vicepresidenta. Probablemente Biden no esté muy triste en noviembre, si Harris no resulta victoriosa.

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Más que apoyo firme, los Obama mostraron una actitud condescendiente con respecto a Harris. Cabe recordar que Barack Obama fue uno de los líderes demócratas que más tardó en respaldar a Harris tras la defenestración de Biden, y que en 2020 tampoco apoyó a Kamala Harris en su campaña presidencial. Todo ello pasando por el polémico episodio del año 2013, cuando siendo entonces presidente Obama se refirió a Harris como la “fiscal general más guapa del país”, cuando Harris ocupaba el puesto de fiscal general de California, no ensalzando por tanto precisamente la gran laboral profesional o intelectual de la ahora vicepresidenta. Sorprendió también el tono de la ex primera Dama Michelle Obama, refiriéndose a Kamala Harris como “mi chica”. Curiosa forma para llamar a una candidata que puede convertirse en presidenta de Estados Unidos. Ciertamente, una derrota electoral de Kamala Harris, abriría la puerta a Michelle Obama para presentarse dentro de cuatro años como la gran salvadora del Partido Demócrata, mientras que de ser elegida Harris, las opciones presidenciales de Michelle Obama se alejarían significativamente.

Mientras tanto, el candidato a vicepresidente Tim Walz, en un discurso plano y sin emoción, mostró para lo que ha designado. Un gobernador blanco de un Estado de la decisiva región del Medio Oeste, para contrarrestar al candidato republicano a vicepresidente J.D. Vance, que desde luego no hará sombra a Kamala Harris, y que su ascenso político ha sido debido a la clásica expresión de “estar en el momento justo y en el lugar adecuado”, que recuerda a cuando el senador Joe Biden fue designado como candidato a vicepresidente por Barack Obama en 2008. El discurso de Walz, un hombre que como ya contamos en Hispanidad es moderado solo de apariencia, ha sido rebatido por su homólogo republicano, el senador por Ohio y candidato a vicepresidente J.D. Vance, quien aseguró que “Tim Walz atacó a los votantes de Trump en lugar de ofrecer una visión convincente para el futuro”.

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El colofón de la Convención fue el discurso de la vicepresidenta y ya oficialmente candidata presidencial Kamala Harris, quien aseguró que buscaba ser presidenta para todos los estadounidenses, para a continuación cargar contra el candidato republicano Donald Trump y sus votantes, y esgrimir la versión más radical de la agenda progresista, asegurando que entre sus principales prioridades estaría reinstaurar el derecho al aborto en Estados Unidos. Un discurso de llamada a la unidad en el lenguaje progresista, es decir, si te opones a la agenda de los demócratas eres un extremista y un radical.

Sin embargo, por más que la progresía estadounidense ha escenificado el relato de Harris como una heroína, lo cierto es que la candidata no se ha sometido al escrutinio de la audiencia pública ni de su propio partido, dado que ha sido designada candidata a dedo, al margen de las primarias, y no ha concedido entrevistas en las últimas semanas, probablemente para evitar errores que puedan afectar a su campaña de relanzamiento de imagen.

Pero eso cambia ahora, una vez pasada la euforia más o menos impostada de la Convención, toca unirse al incómodo tren electoral con entrevistas y debates, que suelen ser el talón de Aquiles de muchos candidatos.

Y, desde luego, Harris nunca ha destacado por su gran habilidad para los debates. En las elecciones presidenciales de 2020, fue derrotada con claridad por el entonces vicepresidente Mike Pence, en el debate de candidatos a la vicepresidencia, y en las primarias presidenciales demócratas de 2020, donde el desastre de su campaña fue tal que se retiró incluso antes de los caucus de Iowa que dan el pistoletazo de salida, Harris tuvo actuaciones erráticas en los debates frente al resto de candidatos demócratas.

Por el momento, con Harris las perspectivas demócratas de voto han mejorado, pero está por ver si esa tendencia se consolida una vez abandone la comodidad de ver los toros desde la barrera. Es posible que la actual euforia demócrata sea algo precipitada, dado que la contienda está muy igualada no solo a nivel nacional, sino muy particularmente en los Estados clave, y por cuanto Harris tiene por lo general con unos datos de intención de voto peores que los que tenía Joe Biden cuando se midió a Trump a 2020 a estas alturas de la campaña.