La cuestión social ha vuelto a estallar en Francia este martes, pero sin paralizar el país, como buscaban los organizadores. Y todo ello, a pesar de que a la huelga de refinerías (que encadena ya tres semanas), se han sumado paros en transporte, educación, sanidad y de trabajadores de centrales nucleares.
La movilización ha sido convocada por el sindicato CGT, a la que se han unido otros, como Fuerza Obrera (FO), la Federación Sindical Unitaria (FSU), Solidarios y cuatro organizaciones juveniles. Estos reclaman una mejora del 10% en los salarios ante la pérdida de poder adquisitivo por culpa de la inflación (la cual se situó en el 5,6% el pasado septiembre), y CGT ha pedido un incremento de 300 euros en el salario mínimo, hasta llegar a los 2.000 euros brutos. Por ahora, el nivel de protesta no ha llegado al que tuvo la de los chalecos amarillos en 2018, pero Emmanuel Macron está más débil que entonces. Y es que hace unos meses perdió la mayoría absoluta en las elecciones legislativas...
En un contexto en el que Occidente ha perdido el control sobre la OPEP... y ya se nota en los bolsillos, porque la gasolina y el gasóleo vuelven a subir, Francia afronta una huelga en seis de sus siete refinerías, que está provocando desabastecimiento en algunas gasolineras y largas colas a la hora de repostar. Las empresas propietarias de dichas refinerías, Exxonmobil y TotalEnergies, se han encontrado con el escollo del sindicato CGT. Y todo ello con unos precios al alza: este martes, la gasolina ronda los 2,34 euros por litro en el país galo y el diésel, los 2,54 euros.