Sin una Europa unida no somos nada, esto es lo que vengo manteniendo desde la formulación del Tratado Maastricht. Todavía hoy, lo sigo creyendo. Quizá, incluso, con mayor convicción. Aun cuando el horizonte amenaza con negros nubarrones. Sabemos mucho, aunque hemos hecho poco, sobre la integración europea, pero nada para evitar su desintegración, y recordemos aquella frase de George Soros: “la desintegración de la UE es prácticamente irreversible”. Por ello, los europeos hemos de disponer de un plan B. Hoy no es desacertado pensar que en no más de 10 años pueda producirse un escenario en el que la UE y la OTAN vayan, de no cambiar las cosas, a poder desaparecer. Nadie manda en el mundo, su “estado mayor” está ausente. EE. UU. parece haber renunciado a su tradicional liderazgo de las últimas cinco décadas y China aún no está preparada para ello por sus desequilibrios internos que no dejan de representar un grave riesgo de futuro para todos. Por otro lado, Rusia, mejor dicho, Putin, ha recuperado la ambición hegemónica y geopolítica hibernada durante los últimos años. Quiere dominar su área de influencia y ha perdido todo pudor, y ortodoxia, frente a una Unión Europea a la que ningunea y desprecia, como se acredita en el contexto actual de la aborrecible invasión de un país vecino como Ucrania cuya democracia aspira a formar parte de esa UE que no ha conseguido convencer al dictador ruso de que no materializara la invasión. No le importa el precio, ni las consecuencias de su genocida acción. ¿Puede asegurar Europa que las ansias expansionistas del líder comunista quedarán saciadas una vez cobrada la pieza del vecino?
La existencia de diferentes señas de identidad (cristiana e islámica); la presión demográfica y la pérdida de fuerza de su locomotora clave, contribuyen a debilitar ese futuro común. Nos enfrentamos a un más que cierto colapso del régimen que significaría el fin de la eurozona
Siempre hemos estado esperanzados con la idea de una Europa unida bajo una constitución y un parlamento europeos. Sin embargo, en los últimos años está produciéndose una concatenación de tensiones entre sus estados miembros y una incapacidad manifiesta para introducir las reformas políticas, económicas, jurídicas, militares y culturales necesarias. Las instituciones comunitarias funcionan desde la consagración de los rancios principios de la tecnocracia y la burocracia. Se anteponen esas formas al verdadero fondo del proyecto común que no es otro que amalgamar a la población en torno a una Sociedad Civil Europea que consolide y cohesione. La UE navega en las inescrutables aguas de los nacionalismos de todo tipo o la huida de miembros tan importantes como el Reino Unido. La consolidación del inacabado proyecto pasa por asumir, decididamente, una suerte de cesión de soberanía por parte de sus estados miembros. Los populismos emergentes van, precisamente, en la dirección opuesta y favorecen el incremento del número de euroescépticos. La existencia de diferentes señas de identidad (cristiana e islámica); la presión demográfica y la pérdida de fuerza de su locomotora clave, contribuyen a debilitar ese futuro común. Nos enfrentamos a un más que cierto colapso del régimen que significaría el fin de la eurozona. El racismo, la xenofobia, la islamización y la inexistencia de líderes políticos sólidos dificultan su supervivencia.
Ese riesgo cierto de desintegración, o la eventual salida de EE. UU. de la OTAN, traerán consigo la desaparición de un instrumento concebido para garantizar la paz. Las consecuencias políticas y militares, si ello llegara a suceder, serán, como ya se han enumerado en muy distintos foros, muchas y muy negativas. Citaremos tan sólo algunas de las más relevantes:
- El final de una defensa colectiva.
- El desequilibrio en la financiación de los gastos militares de la OTAN, cinco veces superiores a los de Rusia, y hoy soportados fundamentalmente por EE. UU.
- La no existencia de una alternativa a la política de seguridad europea, contribuirá a su propio debilitamiento: menos Europa.
- El aumento de poder de Rusia y la utilización evidente de su fuerza armada sin complejos.
- La falta de cooperación militar en la UE y la realidad de nuevas guerras que no se han producido desde su creación.
Para concluir, sólo considerar que España pudiera haber tenido alguna posibilidad de coliderar la UE, pero no contamos con quien pudiera hacerlo y, además, se están produciendo hechos que disminuyen esa capacidad de liderazgo: la desaceleración económica incipiente, la merma de la renta disponible de las familias españolas, la política de aumento de la carga impositiva -en el Libro Blanco del Comité de Expertos para la reforma del Sistema Tributario entregado el jueves 3, según publica Cinco Días, se hace especial hincapié en el armonización de la tributación patrimonial y recordemos que en Europa el Impuesto sobre el Patrimonio es prácticamente inexistente por su carácter confiscatorio- el incremento del déficit público, el descenso de la productividad, la caída del turismo, el peligroso, e incontrolado, endeudamiento, la pérdida de reputación de la marca España, el nacionalismo catalán, la falta de confianza en los partidos y en la clase política, y, para finalizar, una muy posible estanflación. Pudiendo añadir a todo ello una crisis sanitaria no todavía definitivamente superada, los ataques a la cristiandad y la invasión de Ucrania, que pueden conducir, si Occidente no lo impide con determinación, a una tercera guerra mundial en la que Europa será la perdedora sí o sí.
Confiemos en que la reflexión de Soros no llegue a convertirse en realidad, y recordemos la de Hegel: “sólo es libre el que está dispuesto a dejar su vida por la libertad”.