El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, ha presentado su dimisión como primer ministro de Canadá y también como jefe de su formación política, el partido liberal. 

El estadista que mejor se entendía con Pedro Sánchez, pero no se apuren, intentará volver. Al igual que su amigo español, Trudeau sólo sabe ejercer el poder... y llevaba ejerciéndolo nueve años.

¿Qué significa la caída de Trudeau, esperamos que definitiva? Pues significa que otra estrella progresista mundial cae en el poder. Desgraciadamente no cae por haber violentado los principios morales más elementales sino por una división profunda en su partido. Eso no lo ha sufrido Sánchez, sí Trudeau.

En cualquier caso, Trudeau no da marcha atrás en ninguna de sus barbaridades. 

Pero lo importante es que Trudeau era un cristófobo obsesivo. Es cierto que el progresismo es cristianófobo pero a un selecto número de progres se les deja ver una especial inclinación, no ya por fastidiar a a los cristianos sino para algo mucho peor: para revertir la antropología católica que ha dado sentido a la civilización occidental.

Trudeau es un abortista radical, porque se ha empeñado, no sólo en el genocidio silencioso del aborto, sino en encarcelar a quien se atreva a defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Ha sido un defensor de la legalización de las drogas, de la eutanasia radical, de la perversión de la infancia, alarde de la prostitución y mucha calumnia. Por ejemplo, cuando exigió al Papa que pidiera disculpas por unos presuntos asesinatos de sacerdotes contra niños... que se demostraron falsos.

¿La dimisión de Trudeau significa que el venenoso progresismo imperante en Occidente desde hace medio siglo está remitiendo? Sí, significa eso, pero no canten victoria. La batalla será larga.