Donald Trump ha convertido a Elon Musk, el hombre el hombre más rico del mundo, dueño de Tesla y de X (Twitter), en algo más que un ministro en la nueva Administración estadounidense: dirigirá una oficina transversal, es decir, con capacidad para entrar en todos y cada uno de los ministerios washingtonianos, con el objetivo de reducir el gasto público, es decir, el tamaño del Gobierno norteamericano y, de este modo, posibilitar la bajada de impuestos.
Ya saben, derogar las ocho palabras terribles de Ronald Reagan: "Buenas, soy del Gobierno y vengo para ayudar".
Reducir el gasto público siempre es bueno, porque es un gasto que se alimenta con nuestros impuestos, y el impuesto es lo que los políticos sacan de nuestros bolsillos, coercitivamente, y luego lo utilizan principalmente, para mantenerse en el poder el mayor tiempo posible... con el dinero de los demás, el suyo y el mío.
Ahora bien, ¿un plutócrata, como Elon Musk para recortar el tamaño del Estado norteamericano? Eso no me sirve. Les explico el porqué. El hombre de Tesla también es... demasiado grande, demasiado poderoso. Y yo me aferro a la antigua operación. No se trata de cambiar lo público por lo privado sino lo poco grande, sea público o privado, por lo mucho pequeño. Ya saben 'small is beautiful'. Y Elon no es 'small'.
El Estado no es malo porque sea público, es malo porque es grande y, como todo lo grande, ingobernable y tendente a la humillación de lo pequeño
Lo más importante: el Estado no es malo porque sea público, es malo porque es grande y, como todo lo grande, ingobernable y tendente a la humillación de lo pequeño. Pero, por eso mismo, tan malo como el Estado son las multinacionales privadas. Como decía Chesterton: ¿Qué más me da que las tierras del Condado sean propiedad del Estado o del Duque de Sutherland? El caso es que no es mío ni un trocito. O lo de Francis Bacon, para quien el dinero, la propiedad privada, es como el estiércol: muy útil si está bien repartido. De otra forma, hiede.
No, Musk es un plutócrata, esto es, no es el hombre adecuado para reducir el tamaño del Estado. Además, el cometido que en el siglo XXI debe quedarle al Estado es el monopolio de la violencia y la regulación de la igualdad de oportunidades, que actualmente se concreta en la lucha contra el monopolio. Pues bien, Elon Musk no puede ser regulador y regulado, de la misma forma que no puede ser que el delantero centro del Real Madrid arbitre el partido Barça-Madrid.
The Guardian abandona Twitter (actual X) por tóxico... como tóxico es el oligopolio mediático progre del que The Guardian forma parte
Cosa distinta es la noticia paralela, que viene de la degenerada Inglaterra, que ya no produce hombres como Chesterton: resulta que The Guardian -lo más parecido a El País en Gran Bretaña- abandona Twitter (actual X) por tóxico. Y de vuela a España, tambien lo hace La Vanguardia, por similares motivos. Precisamente La Vangaurdia, cuyo pasado es de lo más progresista, como todo el mundo sabe. Esto tiene gracia, primero porque Musk, aunque mantiene una censura lamentable en X, también a Hispanidad, ha elevado mucho el grado de libertad en la antigua Twitter... frente al archi-tóxico oligopolio mediático progre del que The Guardian forma parte. Hablo de los antiguos señores de la prensa, de los ministros de comunicación tradicionales, aliado de los poderes político, económico y cultural. Ahora bien, en el nuevo periodismo digital, puestos a comparar, Twitter permite mucha más libertad que otros, como Facebook. Y el más peligroso de todos contra la libertad no es 'X', es Google.
Tanto el buscador más poderoso del mundo como el oligopolio mediático tradicional constituyen dos exponentes del Nuevo Orden Mundial (NOM), que pretende censurar en el ciberespacio cualquier expresión cristiana... por ejemplo.