Este largo fin de semana me he acordado mucho de Juan Claudio Sanahuja y su religión mundial, que dejara bien descrita en su genial obra ‘Poder global y religión universal’. El argentino Sanahuja, asesor del cardenal López Portillo en Naciones Unidas, que mantuvo relaciones manifiestamente mejorables con su compatriota, el cardenal Jorge Bergoglio, y mucho mejores con Benedicto XVI, hubiera tomado con ejemplo directo de su tesis las dos grandes reuniones de este puente de todos los Santos y de nuestros fieles difuntos: el G-20, celebrado en Roma y el Cop26, que se festeja en Glasgow.
Roma y Glasgow han sido los escenarios de este curioso vodevil: los poderosos del mundo ilusionadísimos con su nuevo credo, culpando a la humanidad y amenazándole con el apocalipsis climático
Ya hace más de una década, Sanahuja denunció lo que ahora mismo, este pasado puente, los poderosos del mundo pretenden haber descubierto en Italia y Escocia: ¿Una conspiración? Mucho peor: un consenso en la estupidez.
Lo que ha ocurrido en cuatro días está muy claro: las reuniones del G20 y del COP26 han configurado la nueva religión universal que consiste en adorar al planeta y en rendir pleitesía al poder… en nombre del planeta.
La nueva ética universal, el nuevo credo, la nueva cosmovisión, parte de una obviedad convertida en dogma y de una terapia absurda. La obviedad consiste en asegurar que el hombre es el culpable del cambio climático. Naturalmente, sólo el único ser libre que existe sobre el planeta puede ser el culpable, o el causante, en negativo o en positivo, de todo lo que ocurre. El resto de especies animales o vegetales no eligen, se guían por su instinto, lo suyo no tiene ni culpa ni mérito. Las acciones del hombre sí, quiera o no quiera.
El mensaje de las grandes economías es una recuperación justa e inclusiva… consistente en brearnos a impuestos
Pero es que, además, como penitencia, la nueva religión impone, con la fuerza del Estado como verdugo, que la humanidad entera debe arruinarse para salvar al puñetero planeta de marras.
Roma y Glasgow han sido los escenarios de este curioso vodevil: los poderosos del mundo ilusionadísimos con su nuevo credo. Mortificados por una lacerante situación actual, ciertamente, claman contra todo progreso tras bajarse de sus jets privados e instan a la humanidad a tomar medidas que consisten en que volvamos a la caverna para salvar al inanimado planeta y en que, atención, inclinemos la cabeza ante los sacrificos que nos proponen… y de los que ellos quedan exentos.
Pues mire usted, ¡que le den dos duros al planeta! Primero matemos el hambre y luego hagamos ecología… en ese orden.
El mensaje de las grandes economías, mejor de los jefes de las grandes economías, de los Biden, Guterres, Macron, Merkel, Rutte, Jinping, Johnson… consiste en una “recuperación justa e inclusiva”… consistente en brearnos a impuestos. Pero lo hacen por nuestro bien. Bueno, y por el bien del planeta.
Para lograr sus fines, la nueva religión necesita aterrorizar al hombre: Johnson asegura que ha empezado la cuenta atrás para el fin del mundo: ¡Grande, Boris!
No necesito recordarles que, para lograr sus fines, la nueva religión necesita aterrorizar al hombre. Así, Johnson asegura que ha empezado la cuenta atrás para el fin del mundo: ¡Grande, Boris!
A todo esto, ¿qué puede hacer el ser humano para mejora el medioambiente?. Lo de siempre: reciclar basura y plantar árboles. Es decir, fecundar la naturaleza.
El resto queda en manos de la Providencia, porque, y esta es la mentira primera del cambio climático, el problema no es que no exista sino que maneja magnitudes del calibre que el hombre poco puede hacer para darle la vuelta. Mejor confiar en el creador, el único que, como Creador del universo, puede salvar a este pequeño planeta perdido en el universo.
Más: por Roma y por Glasgow andaba nuestro patético Pedro Sánchez, irónicamente presentado por RTVE como el protagonista de ambas cumbres. Como en el viejo chiste de abogados, sabemos que Pedro Sánchez miente porque mueve los labios. Pero, ante todo, su presencia en el vodevil G20-COP26 provoca bochorno ajeno: en el G-20 se mueve entre sonrisa y sonrisa, codo con codo -el poder se ha vuelto tan idiota que ya no se choca la mano- sin caer en la cuenta de que España no es miembro de pleno derecho del G-20 (algunos dudamos de que deba estar en tan vanidoso club).
En la COP-26, Sanchez intenta ser el mas listo de la clase, o sea el más verde, cuando los verdaderamente poderosos, como el siniestro Narendra Modi, advierte, con sentido común, eso sí, que le parece muy bien lo de ser ecológico pero que primero hay que comer y que si lo uno se opone a lo otro, y en verdad se opone, India optará por matar el hambre de sus 1.400 millones de habitantes antes de ni tan siquiera pensar en el cambio climático y el calentón global.
Si Modi dejara de asesinar cristianos, incluso aplaudiría a este grandísimo miserable. Total, que Modi retrasa la neutralidad climática de la India hasta 2070, mientras Sánchez, el más listo de la clase -es decir, el más idiota-, nos obligará a los españoles a conseguirlo en cuatro años, en 2025.
A todo esto, ¿qué puede hacer el ser humano para mejorar el medio ambiente? Lo de siempre: reciclar basura y plantar árboles. Es decir, fecundar la naturaleza. El resto queda en manos de la Providencia
O sea, 47 millones de españoles van a compensar con su penuria la dejadez -insisto, mucho más sensata- de los 1.400 millones de indios: ¡Sánchez, eres un portento!
No nos confundamos: naturalmente que el progreso del hombre es compatible con la lucha por un planeta menos contaminado… pero sí es incompatible con lo que la nueva religión ecologista impone como planeta sano: servicios básicos -luz, agua, etc- más caros, penuria generalizada y dependencia del Estado, es decir, de los políticos, hasta unos límites ciertamente peligrosos, no sólo para la propiedad privada, sino para la libertad individual. Y todo ello para no conseguir nada.
Desde luego, servidor se mantendrá en la religión cristiana, mucho más misericordiosa pero, sobre todo, más sensata. No pienso adorar al planeta ni inmolarme por él. El planeta debe estar al servicio del hombre, no al revés.
Y querido Boris, el mundo no se va a acabar: lo que se va a acabar es ‘tu’ mundo. Y yo lo festejaré, con güisqui escocés.