En el segundo trimestre del año la economía china retrocedió un 2,6%. Se esperaban malas noticias pero no de tanto calado.
A unos pocos kilómetros de Beijing, en Roma, Mario Draghi, primer ministro, ex del BCE, presentaba la dimisión al presidente de la República italiana, quien no la aceptó.
Empezamos con el modelo chino. Imposible en Occidente. Los chinos son ateos, sólo creen en el dios-dinero y a él dedican su vida. Su trabajo consiste en ganar dinero y su descanso en gastar el dinero que ganan. Como son una dictadura comunista, no se admiten ni protestas ni libertades.
Es el modelo Sánchez frente al modelo Draghi: más Estado o menos Estado
El trabajo del chino es exportar, con unos costes laborales ridículos -o sea, explotando al trabajador-, con todas las libertades económicas y ninguna libertad política, ni tan siquiera la libertad para rezar.
Exportar, exportar y exportar, en eso consiste el sistema económico chino. Pero claro, ahora descubrimos que no es el mundo el que depende de China, sino al revés. El mundo nunca producirá a los costes de China: simplemente no le comprará a China y China se hundirá.
Lo de Draghi es distinto. El presidente italiano es un banquero de inversión pero tiene claro que no se puede dirigir un país fastidiando al personal y que la mejor manera de crear la sociedad del bienestar es suprimiendo el Estado del Bienestar.
Italia/España. En paralelo: voto cautivo frente a meritocracia
En resumen, Italia, al igual que España, recibe más fondos de la Unión Europea de los que da, su deuda tendrá preferencia, como la de España, en las compras del BCE, ya saben, para no fragmentar el mercado. Ahora bien, mientras Draghi baja los impuestos, Sánchez los sube.
Es el modelo Sánchez frente al modelo Draghi: más Estado o menos Estado y, en paralelo, voto cautivo en España frente a meritocracia en Italia.
El modelo chino es imposible en España pero el modelo Draghi no.