Muy desesperado debe estar el canciller alemán para llamar en su ayuda al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. Desconozco si el doctor Sánchez, como dice Juan Manuel de Prada tiene mucho prestigio en Europa pero, desde luego, en su tierra chica, en la piel de toro, en España, cada día menos. 

El caso es que hace una semana, Olaf Scholz, líder de la socialdemocracia alemana, llamó en su auxilio a nuestro presidente de la internacional socialista europea, un tal Pedro. Scholz lidera el partido socialista más importante de Europa, pero a día de hoy se sitúa en el tercer lugar en las encuestas alemanas, detrás de los democristianos, que de cristianos tienen poco, y de la ultraderecha alemana que, por el momento, también tiene poco de cristiana. Por ahora, Alternativa para Alemania, AfD, simplemente es un partido anti-emigración.

Sánchez apoyó a Scholz con su discurso habitual sobre el peligro de la extrema derecha y de la derecha extrema. Este jueguecito de palabras le encanta, lo repite continuamente, en Madrid, en Jerusalén, en Berlín. Al parecer, el mundo, o sea, su mundo, se enfrenta a un problema tremendo: el auge de la ultraderecha. Es más, esa es la misma ultraderecha que contagia de violenta sinrazón a la derecha democrática, que también se convierte en ultra, si ustedes me siguen y, claro, al final, al ciudadano europeo tan solo le quedan dos opciones: votar al doctor Sánchez o votar a los pérfidos ultras, capaces de cualquier cosa, como de todos es sabido. El espantajo de la ultraderecha da para mucho. Tanto es así que, para evitar que los ultras tomen el poder Sánchez se había visto obligado a cargarse España entregándosela a quienes le presten un voto: a 'Puchimón', mismamente.

Lo que deberían preguntarse los socialistas europeos es... ¿cómo puede ser que la horrible ultraderecha esté ganando tantos adeptos en tantos países? A lo mejor porque el comunismo es la ideología que acompaña a los dos últimos pecados capitales: la envidia y la pereza

Les explico: en el aburrido mundo de ideologías clásicas sólo quedan dos ideologías aún más clásicas que izquierda y derecha: sectarismo y dogmatismo. 

A la primera pertenece Sánchez, un sectario de tomo y lomo a quien no conviene que haya alguien que, sencillamente, no piense como él. Para Sánchez no hay adversarios, sólo enemigos.

Y así, según el universo de gominola de don Pedro, si te confiesas liberal resulta que eres un ultraliberal y si te confiesas católico, es que eres un ultracatólico. Liberal es igual a ultra, católico es igual a ultra: el mundo sectario suele ser plano, de dos dimensiones.

Ya volviendo al universo real, lo que deberían preguntarse los socialistas europeos es esto: si la ultraderecha es tan horrible, ¿por qué está ganando tantos adeptos en tantos países? A lo mejor es que la izquierda se ha pasado dos pueblos y a todo el mundo le encabrona... el sectarismo sanchista.

¿Existe un peligro ultra en Europa? Siempre existe el peligro fascista, pero hoy es extraordinariamente lejano. Más bien, lo peligroso es que el socialismo ha entrado en disolución porque la solidaria política del subsidio ya no cuela... y porque los Sánchez europeos no están dispuestos a perder el poder

Y no olvidemos que, al lado justo del socialismo, en el caso del PSOE como coaligados de gobierno, se ubica el comunismo, que no atraviesa la misma peripecia ultra porque ya nació con ella. El comunismo es la ideología que acompaña a los dos últimos pecados capitales: la envidia y la pereza. Envidia del que le va mejor y una tendencia a la indolencia que se traduce, cuando gobiernan, en una política económica basada en el subsidio y el voto cautivo, financiado por la deuda pública. Se trata de una política económica que se enraiza siempre en la deuda... y ya saben que, tras la deuda, llega la ruina.

A todo esto, ¿existe un peligro ultra en Europa? Sí, siempre existe el peligro fascista, pero extraordinariamente lejano. Más bien, lo peligroso es que el socialismo europeo ha entrado en disolución porque la solidaria política del subsidio ya no cuela... pero no está dispuesto a perder el poder. Y eso sí que es un problema... de lo más ultra.