Esta semana, apartamos la lupa de la actualidad política, para analizar un oscuro fenómeno. En el año 2023, la tasa de fertilidad en Estados Unidos fue de 1,62 hijos por mujer, la cifra más baja desde que existen registros.
El pasado año nacieron 3.59 millones de niños, un 2% menos que en 2022 cuando nacieron 3.66 millones. Habría que remontarse al año 1979, para obtener una cifra tan baja de nacimientos. Y con una diferencia importante, a finales de los años setenta del siglo pasado, Estados Unidos tenía 226 millones de habitantes, es decir más de cien millones de habitantes menos que en la actualidad, donde su población alcanza los 336 millones.
La natalidad desciende en todos los grupos raciales. En menor medida entre los hispanos, que después de un incremento en el año 2022, han sufrido un retroceso del 1% en el pasado año. Entre los blancos y asiáticos, la bajada es de un 3% y la mayor disminución se encuentra en los afroamericanos, un 5%.
El descenso ha sido particularmente acusado en los últimos años. En 2007, 4,32 millones de niños nacieron en la primera potencia mundial y la tasa de fertilidad superaba el 2,1, es decir, se situaba por encima del reemplazo generacional, siendo uno de los escasos países occidentales que se encontraba en esa situación. Ahora, el escenario es bien distinto.
Si lo comparamos con la mayoría de países europeos, una tasa de fertilidad de 1,62 podría incluso parecer muy alta, dado que la gran parte de países del Viejo Continente registran unas cifras más bajas. Algunos incluso como España o Italia, ni siquiera llegan al 1,2 y al 1,3 respectivamente. Sin embargo, se trata de unas cifras desoladoras para la primera potencia mundial, que de no cambiar la tendencia, puede devenir en una crisis demográfica irreversible.