Si lo de Trump fuera una cuestión de radicalidad, de populismo ultra, sus competidores republicanos no habrían sido machacados en audiencia por una entrevista digital con Trump, que contraprogramó el primer debate entre los candidatos republicanos a la Presidencia. Y si tras echarle encima el gobierno de los jueces, la persecución más implacable que se ha dado contra un expresidente de los Estados Unidos, acumulando procesos para intentar enterrarle en la cárcel, la mitad de los más de 300 millones de norteamericanos no estarían apoyando a un aspirante a convicto, es que la progresía se derrumba en cuanto se huele su hipocresía.
Pero aún me ha llamado más la atención el dictamen judicial, en uno de la pléyade de casos que el Nuevo Orden Mundial (NOM) le ha echado encima a Donald Trump, donde la prescripción jurídica para que Trump permanezca en libertad consiste, atención, en que se prohíbe al anterior presidente intimidar a jueces, fiscales y testigos.
Ojo, se utiliza el término intimidación para no emplear el concepto censura, porque lo que verdaderamente se está impidiendo a Donald Trump es la libertad de expresión. Lo que le están exigiendo los demócratas a Trump, por vía judicial, es que no hable... y no olviden que la palabra es la arma más poderosa que existe, sobre todo cuando un hombre, un tal Donald, se enfrenta al sistema.
Y es que no hay que intimidar a jueces y fiscales, todos ellos muy buena gente, pero hay que cerrarle la boca a Trump. Cuando habla hay muchos que le toman en serio. La táctica del Nuevo Orden Mundial (NOM) es muy sencilla: se llama mordaza. El que no secunde la ideología Woke no tiene derecho a la libertad de expresión: podría convencer a alguien.