Vladimir Putin ha cometido su primer error y todos nos alegramos por ello. Es el mismo error que los soviéticos cometieron en Afganistán: despreciar al adversario. Putin esperaba una victoria rápidísima sobre Ucrania, una rendición en toda regla y resulta que se encuentra con una resistencia heroica en no pocos paíes. No sólo por los militares profesionales sino por la población civil que se alista para defender a su patria.
Moscú pensó que Ucrania, sin la ayuda militar del cobarde Occidente, sería un paseo militar para las tropas rusas pero no está ocurriendo así.
En cualquier caso, la guerra ha provocado el drama de los deportados, los refugiados ucranianos que huyen de los bombardeos. Pues bien, los dos países que han abierto sus fronteras sin límite para acoger a esos refugiados de verdad, son Hungría y Polonia. Ya saben: los países ultras, según Bruselas, que les ha arrebatado los fondos acordados y que les sanciona de continuo porque son xenófobos, ultras y, naturalmente unos fascistas de tomo y lomo. O sea, por ser cristianos. Curioso.