La piel es el órgano más grande del cuerpo. Su función es la de proteger y aislar a toda la superficie corporal de las agresiones externas, tanto del calor como del frío, de la radiación ultravioleta o de microorganismos patógenos. Tiene varias capas, pero las dos principales son la dermis, que es la capa inferior o interna y la epidermis, la superior o capa externa y por tanto la más expuesta a las agresiones.
Entre los daños que puede sufrir la piel, está el cáncer de piel, una patología que aumenta cada año. Este tipo de cáncer, en la mayoría de los casos, está provocado por una exposición excesiva a los rayos ultravioletas que provienen del sol, de las camas bronceadoras o de las lámparas solares. Según la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), en nuestro país se diagnostican cerca de 80.000 casos nuevos al año. De ahí la importancia de utilizar protección solar y de que, ante cualquier anomalía cutánea, acudir al especialista para un diagnóstico y tratamiento precoz de esta enfermedad.
Existen dos tipos de cáncer de piel: el melanoma, que es el más peligroso, y el no-melanoma donde se encuentran los tumores de células basales (carcinomas basocelulares) y de células escamosas (carcinomas epidermoide). Estos dos últimos son los más comunes
Las células de la piel están continuamente renovándose, nacen células nuevas que reemplazan a las que van muriendo. El cáncer de piel, debido a un acúmulo de mutaciones genéticas, hace que las células proliferen sin control a mayor velocidad de lo normal y con capacidad de infiltrar y destruir el tejido sano. Normalmente, el carcinoma de piel comienza en la epidermis. Esta es la capa más expuesta a los rayos solares y se compone de tres tipos de células principalmente: las escamosas que son delgadas y planas y forman la parte superior de la epidermis; las basales, están por debajo de las escamosas, que se dividen constantemente para reemplazar a las células escamosas que se van cayendo de la superficie de la piel. Los melanocitos son las células encargadas de producir melanina, el pigmento que da color a la piel.
Cuando la piel se expone al sol, los melanocitos producen más pigmento y hacen que la piel se oscurezca. Se encuentran en la parte inferior de la epidermis.
Existen dos tipos de cáncer de piel: el melanoma, que es el más peligroso ya que puede extenderse a otras partes del cuerpo (metástasis) y el no-melanoma donde se encuentran los tumores de células basales (carcinomas basocelulares) y de células escamosas (carcinomas epidermoide), siendo estos dos últimos los más comunes. “Para eliminar algunos de estos tumores de piel disponemos de la cirugía de Mohs, una técnica quirúrgica específica de gran eficacia en el tratamiento del cáncer de piel no-melanoma” explica la doctora Ana Suárez Valle, especialista en Dermatología del Hospital Quirónsalud San José y experta en este tipo de cirugía.
En nuestro país se diagnostican cerca de 80.000 casos nuevos al año de cáncer de piel. De ahí la importancia de utilizar protección solar
La cirugía de Mohs es un procedimiento que consiste en extirpar el tumor que se ve y una capa fina del tejido que lo rodea. Esta capa se examina al microscopio para ver si hay células cancerosas. Si todavía existen, se extrae otra capa delgada y se vuelve a examinar al microscopio.
El proceso se repite hasta que no existan células cancerígenas, “hasta poder determinar en el propio quirófano que el tumor está totalmente eliminado, en caso afirmativo, se procede a la reconstrucción de la piel para cerrar la herida quirúrgica de la forma más estética” añade la doctora Suárez. El objetivo es extirpar todo el cáncer de piel sin dañar el tejido sano que lo rodea, lo que asegura que el tumor ha desaparecido completamente. Esta técnica reduce la necesidad de otros tratamientos o de más cirugías.
La función de la piel es la de proteger y aislar a toda la superficie corporal de las agresiones externas, tanto del calor como del frío, de la radiación ultravioleta o de microorganismos patógenos
La cirugía de Mohs, también conocida como micrográfica de Mohs, se utiliza con frecuencia para extirpar el cáncer de piel en el cuero cabelludo, la cara, los labios, las orejas, el cuello, entre otras localizaciones. La mayoría de los pacientes que se someten a este procedimiento, pueden volver a casa después de la intervención sin necesidad de permanecer ingresado en el hospital. “La principal ventaja de esta técnica es que ofrece mayores tasas de curación y conserva el máximo posible de tejido sano, disminuyendo así la cicatriz de la cirugía, lo que contribuye a un mejor resultado estético, especialmente en zonas de la piel más expuestas como la cara o el escote” puntualiza la especialista.
La cirugía de Mohs se utiliza especialmente en pacientes con cáncer de piel en localizaciones que presentan un alto riesgo de que el tumor vuelva a aparecer después de haber sido sometido a un tratamiento convencional. También en aquellos que se encuentran en zonas delicadas donde es necesario preservar la mayor cantidad posible de tejido sano como son los ojos, las orejas o la nariz. Esta técnica la llevan a cabo especialistas en dermatología preparados para este proceso específico que también necesita la participación de un técnico especialista en anatomía patológica y un anatomopatólogo, que se encarga de revisar cada muestra de piel al microscopio.
Este 10 de mayo, la colaboración entre la Fundación Ramón Areces, la Clínica Dermatológica Internacional y el Hospital Ruber Internacional ha facilitado la realización de una jornada clave dedicada a la "Cirugía de Mohs en el Tratamiento del Cáncer de Piel". Este evento no solo demostró ser un foro para la discusión científica rigurosa, sino también un reflejo del compromiso de estas instituciones con la innovación y la educación médica continuada.